La mirada que se detiene a observar a los integrantes de cualquier hogar detecta casi siempre los rasgos inesperados y las actitudes a menudo inoportunas pero reconocibles de sus componentes. “Cada casa es un mundo”, sostiene un dicho popular que muchos han comprobado y que el texto de Antonio Moreira, un autor a considerar, parece subrayar con cierta insolencia a lo largo de esta obra en la cual Marisa, la protagonista, no recibe mayor apoyo de su marido, dista de entenderse bien con su hija, debe soportar los dardos emponzoñados que le lanza su propia hermana y admite muestras de agresión, indiferencia o ironía que, ella también, de a ratos, se encarga de cultivar, aun en el día de su cumpleaños. Mérito de Moreira resulta manejar todo lo que antecede, rozando el disparate para, poco a poco, apuntar en otros sentidos que, en determinado momento, cobran importancia. El dramaturgo se arriesga a hacerle creer al espectador que se encuentra presenciando una comedia que se anima a caer en un par de vulgaridades y en otras tantas coincidencias destinadas a provocar la risa, para hacerle descubrir luego que el asunto era más serio de lo que se suponía. Tan serio como para apuntar a temas tan comprometidos como la unión familiar, el amor, la profundidad de las diferencias entre los seres humanos, y nada menos que el peso de la soledad de cada individuo.
Cómo consigue Moreira redondear todo eso, más allá de los tonos festejables de buena parte del transcurso de su trabajo, integra un planteamiento que la platea puede seguir sin dificultad en la puesta que Julio Trotta lleva adelante con conocimiento de causa, una puesta que incluso se atreve a incurrir en secuencias aparentemente innecesarias que, quizás después, logren justificarse en la rotunda culminación que sobreviene. Con similar determinación, Trotta sabe extraer del elenco los matices que, a la larga, aportan lo necesario para una buena interpretación, desde la atribulada Marisa que encarna Rosario Fernández Chaves, hasta la explosiva tía encomendada a Verónica Horta. Las siluetas más calmas las encarnan los menos experimentados Mariana Corbo, Pablo Bonilla Caride y William González, en el pequeño pero bien aprovechado espacio de Arteatro que el director se las arregla para enriquecer con oportuno uso de luces y sombras y los climas proporcionados por la banda sonora. Vale entonces la pena curiosear lo que Moreira y Trotta se traen entre manos.