- El método hacete la película
Este octubre, para celebrar el Día del Patrimonio, el Mpp prestó la banda presidencial usada por José Mujica a quienes quisieran cruzársela y posar para una foto delante de una imagen de la plaza Independencia. O como telegrafió La República: “Mpp convirtió a cientos presidente por un rato”.1
Seguro que hay maneras más triviales de convertirse en presidente por un rato. Por ejemplo, pensar lo que, en caso de vestir la banda, uno haría con la banca, los agronegocios, Upm 2, el glifosato, los transgénicos, Monsanto, los médicos comerciantes, los laboratorios farmacéuticos asaltantes, el Banco Santander puesto a educador, el Bid y el Banco Mundial puestos a educadores, las Fuerzas Armadas, la impunidad de las Fuerzas Armadas, la impunidad de los grandes delincuentes, la desocupación, el trabajo, los eucaliptos, la soja, el precio del pan, la dependencia alimentaria, el capitalismo.
La iniciativa del Mpp tuvo otras exigencias, no en vano sus dos pes presagian “participación”, “popular”. En sentido estricto, se trató de un ejercicio casi místico de vaciamiento interior –ahuecamiento e hinchazón del ser–, indispensable para alcanzar el estado presidencial certificado. Naturalmente, cuando sólo se cuenta con una banda en el pecho y una foto de plaza a las espaldas, los participantes populares se ven obligados a forzar la imaginación para alcanzar ese estado en el que se es foto ante una foto, foto metida en una foto. Para esto ayuda bastante la amistad con la ficción.
- El método soy de película
También este octubre, por ejemplo, algún martes tarde en la noche, quien concurriera al cine Alfa Beta, en una sala más bien vacía, podía asistir al desfile de vidas repletas de emociones, aventuras, canciones, desafíos, contratiempos, pruebas superadas y éxitos. En el torbellino de las sinopsis, Neil Armstrong hacía sufrir a su esposa con su decisión inquebrantable de caminar por la Luna; Lady Gaga superaba su escasa autoestima inicial y Freddie Mercury volvía a endomingarse con su camisilla blanca como su dentadura.
A no ser que fuera Neil Armstrong quien carecía un poco de autoestima y además dormía de camisilla blanca, o Freddie Mercury quien volaba alto, muy alto, o Lady Gaga que, antes de alcanzar la nobleza, también había pensado en tener un novio astronauta. Poco importa, porque en el recorte y pegue de las sinopsis expelidas por una industria que sólo puede repetirse, para adentro y para afuera, da lo mismo. Y sobre todo porque en la enorme pantalla trajinada de la sala vacía, después de Neil, Lady Gaga y Freddie, venían el Ruso, el Ñato y el Pepe.
Y aquí empieza la aflicción. Agotados los iniciales ímpetus técnicos –intentar contar con imágenes y pocas palabras, muchos primeros planos que recortan carnes machucadas, etcétera–, la película ya dijo lo que quería decir y lo que quería callar. Porque, bien mirada, La noche de 12 años es un monótono espécimen del mentir con la verdad. Es verdad que los militares dieron un golpe de Estado, es verdad que fueron sanguinarios con los presos políticos, es verdad que hubo rehenes, es verdad que Mauricio Rosencof, Eleuterio Fernández Huidobro y José Mujica Cordano fueron rehenes, es verdad que eso se prolongó durante 12 años.
Jorge Zabalza, también rehén, en más de una oportunidad contó el asombro que muchos años después le produjo enterarse de las declaraciones que Fernández Huidobro había hecho a los militares, siendo que este, cuando compartían la celda, nada había dicho al respecto. Zabalza, inimputable en este rubro como en tantos otros, misericorde, atribuye a los muchos tormentos sufridos por Fernández Huidobro esas pinceladas coloridas con las que el futuro ministro de Defensa retrataba a sus compañeros de lucha, en 1977, para ilustración de los militares.2 Por cierto, la película calla esto como también calla las “negociaciones” entre presos y carceleros, en 1972, en el Batallón Florida.
De hecho, el humor escatológico que pesadamente insiste en esta película apunta hacia otro lado. Desde la preliminar inoperancia que recorre toda la cadena de mando ante “el problema” planteado por Fernández Huidobro, que no puede agacharse a defecar porque las esposas lo retienen, pasando por el reclamo intempestivo –en medio de un acto patrio– que hace Mujica de “la pelela” de plástico fucsia que su madre le llevó en una visita y que los militares le confiscaron, hasta la rosa que el futuro presidente luego cultivará en ese predestinado recipiente.
El trazo grueso, de caca cagarte cago, trabaja para una idea: los militares, del soldado raso al coronel, son asnos con garras, brutos que nos cagaron pero a los que cagamos más, porque ellos son asnos y nosotros hacemos películas. Inquietante ficción.
- El método Ludovico
En Inglaterra, en 1971, Stanley Kubrick presentó al muchacho que diez años antes había imaginado Anthony Burgess. Alex, el protagonista de La naranja mecánica, es un veinteañero melómano, violador, ladrón y asesino. Naturalmente, esto acicatea el deseo social de rehabilitarlo, por lo que en la primera oportunidad carcelaria la sociedad le aplicará el método Ludovico, destinado a amputarle sus costumbres. La rehabilitación consistirá en obligarlo a mirar horrores, oír música amada y experimentar dolor, todo al unísono, para que en bloque de todo eso se desprenda.
Tanto Burgess como Kubrick explicaron contra quiénes iba esa ficción. Para el novelista y compositor, se trataba de ir arreglando cuentas con B F Skinner, quien resultaría ser el autor “de uno de los libros más peligrosos que se hubieran escrito”.3 Para el cineasta, La naranja mecánica era “una sátira social que trataba el asunto de si la psicología del comportamiento (behavioural psychology) y el condicionamiento psicológico eran nuevas armas peligrosas que podían ser utilizadas por un gobierno totalitario que buscase imponer un vasto control sobre sus conciudadanos y hacer de ellos poco más que robots”.4
En aquellos años de guerras hirvientes de napalm y agente naranja (fabricado por Monsanto), Burgess y Kubrick armaron una fábula e imaginaron una banda sonora, un modo de filmar, una iluminación, un decorado, una ambientación, un vestuario, una utilería y un estilo de actuación. Con esto los artistas mostraban cómo una teoría psicológica –el “behaviorismo”– atacaba una política de la libertad, y cómo fracasaba, aunque el triunfo fuera el de Alex y su libertad de amar a Beethoven y al mal.
- El método Santander (también Bid)
En octubre de 2018, en temible conjunción, se reunieron las ciencias económicas, las ciencias del comportamiento, varias instituciones financieras, una política blanca, un intendente-candidato frenteamplista a presidente y el rector de la Universidad de la República, Rodrigo Arim, mismo si en el correr de los días se titubeó entre hacer aparecer y hacer desaparecer el título “rector de la Udelar” del afiche de difusión de este denominado Policy Forum. Finalmente se optó por dejar sólo el nombre propio.5
Se trató, pues, de un encuentro patrocinado por la embajada inglesa, que propició la reunión de Beatriz Argimón, Daniel Martínez, Rodrigo Arim, una experta en ciencias del comportamiento, un Chief Innovation Officer en una empresa que se ocupa de la aplicación de las ciencias del comportamiento al marketing y a las políticas públicas, la representante del Bid y la jefa del Banco Santander en Uruguay.
A menos de una semana de haber asumido Rodrigo Arim como rector, produjo desazón su anunciada participación en esa reunión, no patrocinada por la Universidad de la República, aunque sí por dos universidades privadas, y que en parte se desarrollaba en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República. El afiche de propaganda anticipaba la presencia de la presidenta del Directorio del Partido Nacional, del intendente de Montevideo-candidato a presidente de la nación y del rector de la Universidad de la República; tal concentración de figuras nacionales no impidió que este afiche estuviera redactado en inglés salpicado de palabras en español, en una especie de lengua que no llega a conceder que uno no la entienda. (Alex y sus compinches también hablaban en nadsat, ese idioma destinado sólo a ellos, fundante de la soberanía de su compinchería.)
Desatento o sincero en demasía, un rector votado bajo la acusación de “rector Santander” estaba demorando menos de una semana en celebrar un encuentro académico con la jefa del Banco Santander en Uruguay. ¿Cuál es el sentido de tan activamente ignorar el papel que tiene la banca privada,6 y en particular el Banco Santander, en el mundo hispanoamericano,7 en particular en el ámbito de la educación?8 ¿Se ignora el papel jugado por el Santander en el endeudamiento estudiantil, con frecuencia impulsado mediante publicidad engañosa?9 ¿Se ignora que las donaciones y mecenazgos bancarios tienen costos en términos de autonomía universitaria? ¿Cuál es el sentido de que la Universidad de la República sea antiuniversidad y antirrepública con tal de contar con dinero santanderino? ¿En qué clase de ficción se ha visto un banco filantrópico y una deuda emancipadora?
Pero hay algo más, además de esta conjunción de la Universidad de la República, y su destinación al saber, con instituciones bancarias destinadas a hacer dinero del dinero y, de paso, encadenar voluntades individuales y/o estatales. Me refiero al propiciado encuentro entre las “ciencias del comportamiento” y las “ciencias económicas”, avatares todas ellas de la numerología con sus pretensiones de predictibilidad, todas ellas predictoras de lo obvio y aspirantes a hacer del número la sustancia del mundo, y de la encuesta y la estadística, su espejo tiránico.
Porque no se trata, simplemente, de una forma de la superchería que engaña y se engaña (como los científicos del comportamiento que con el método Ludovico creyeron haber despertado en Alex eterna aversión por Beethoven y el crimen, como todos los numerólogos que creen prever el comportamiento de los mercados, de los precios, de los consumidores, de los electores, de los deudores, de los jubilados, de los jóvenes, de los cuerdos, de los alocados, de los gordos y de los flacos). Sí se trata, más brutalmente, de una forma de la ficción que pegó un salto hacia atrás y ocupó el lugar de “la realidad”, del insuperable horizonte en donde “lo posible” se muestra, ya cuantificado y pronto para ser recogido por estos discursos.
Nada más alejado del deseo de saber –fuerza capaz de poner en entredicho sus propios fundamentos– que esta confluencia de técnicas que dicen que predicen comportamientos de personas y comportamientos de datos numéricos atribuidos a entidades tan ficcionales como “mercados”, “tasas”, “ganancias”, “inversiones”, “grado inversor”.
- Las artes de Burgess & Kubrick o “Primavera veraz verás”10
En la guerra helada y candente que se jugaba en los años sesenta, Anthony Burgess y Stanley Kubrick supieron identificar un enemigo tan imperecedero como las dos superpotencias enfrentadas entonces (y todavía hoy). Las ciencias del comportamiento, con su antropología elemental y su economía de eficacia a bajo costo, bien mal se llevaron con las perspectivas que, sin dar mucha garantía, sólo ofrecían pensar el pensamiento y dejarse detener por las palabras, chances tal vez de entrever algo así como una emancipación.
No es casual que los regímenes más dictatoriales hayan abominado de pensamientos como el de Marx o de Freud, con vocación emancipadora, claramente contradictores de las ansias adaptativas de las “ciencias del comportamiento” y de las supersticiones numerológicas. Marx y Freud, enyesados o amordazados por los sistemas autoritarios, se empecinaron en pensar las cadenas y en desearnos sus pérdidas, fugaces o duraderas.
Tampoco es casual el aborrecimiento dictatorial por las artes –letras, música, plástica, cine, foto– en las que las obras obran consigo mismas, contra sí mismas, con y contra una tradición, con y contra un orden, haciendo que comparezcan nuevos sentidos, estos sí, ajenos a mediciones y a predictibilidades.
Por esto no debería llamar la atención esta afinidad entre “las ciencias del comportamiento” y una institución tan despótica –encadenante a su numerología impía– como la bancaria. Sin embargo, seguiremos azorados, porque la Universidad de la República está en ese juego.
- En www.republica.com.uy
- “Lo que Huidobro olvidó en su biografía”, en elmuertoquehabla.blogspot.com
- El libro de Skinner denunciado por Anthony Burgess es Más allá de la libertad y de la dignidad.
- Saturday Review, 25-XII-1971, disponible en línea.
- www.evensi.com/policy-forum-2018-politicas-publicas-ciencias-comportamiento-aula-magna-universidad-catolica-uruguay/271963615, consultado el 27 de octubre de 2018.
- Forbes sostiene que en Estados Unidos había, en junio pasado, 44 millones de endeudados por préstamos para estudiar, con una deuda total de 1,5 billones de dólares (“borrowers collectively owe 1.5 trillion in student loan debt in the US alone”). De esos deudores, un 11 por ciento eran morosos (“Student Loan Delinquency”), porque llevaban más de 90 días sin pagarle al banco la cuota mensual. “Student Loan Debt Statistics In 2018: A $1.5 Trillion Crisis” (enwww.forbes.com). The Guardian sostiene que en promedio la deuda estudiantil individual por préstamos de estudios asciende a unos 30 mil dólares. A menudo la deuda se hace impagable al no conseguir el deudor un buen empleo. “$1.5tn in debt: student loan crisis shatters a generation’s American dream” (en www.theguardian.com).
- “El ‘bono’ que Santander paga a diez rectores de universidades en Chile”, en www.elmostrador.cl, y “Pagar para estudiar: Embargan casa de aval de estudiante de derecho por deuda universitaria” (en www.eldesconcierto.cl).
- “Estudiantes hipotecados de por vida por unos créditos trampa” (en www.elpais.com).
- “Los créditos para máster fueron un engaño como las preferentes” (en www.elpais.com).
- 10. Gracias a Leo Maslíah por este exacto nombre dado a una luminosa música.