Cuando la potencia hegemónica empieza a presentir su decadencia, toma las medidas a su alcance para debilitar al enemigo y concentrar sus propias fuerzas. Es lo que está pasando actualmente con Estados Unidos ante el avance chino.
Me hubiera fascinado conocer a Tucídides y tener una buena charla con él. Lamentablemente, nos separan 26 siglos. Este general ateniense, pionero de la historia racional y objetiva, fue testigo y actor en batallas de la guerra del Peloponeso. La trampa de Tucídides es un concepto del politólogo estadounidense Graham T. Allison, que se inspiró en una cita de Tucídides: «Fue el ascenso de Atenas y el temor que esto infundió en Esparta lo que hizo inevitable la guerra» (Historia de la guerra del Peloponeso). Allison piensa que estamos en una situación similar en el enfrentamiento entre Estados Unidos y China. Incluso llevó adelante un estudio con el Centro Belfer de Harvard acerca de 16 grandes conflictos que tuvieron su origen en la tensión generada entre una potencia en decadencia y otra en ascenso. Doce de ellos terminaron en guerras, razón por la cual la frase se volvió de actualidad. Cabe preguntarse: ¿el ascenso de China infunde temor en Estados Unidos? ¿Esto hace la guerra inevitable?
Desde hace ya un par de décadas, las sucesivas administraciones estadounidenses manifestaron que su enemigo estratégico es China. Han movido enormes fuerzas navales y aéreas hacia el Indo-Pacífico, transitoriamente desplazadas ante el recrudecimiento de los conflictos en Oriente Medio, pero sin perder de vista sus objetivos estratégicos. Hay consenso en el Pentágono y la Casa Blanca en ese tema. Make America Great Again («hacer a Estados Unidos grande nuevamente») es una respuesta al temor de una parte del pueblo estadounidense que ha visto durante años la incapacidad creciente para cumplir con su sueño americano a pesar de las riquezas inmensas que se han creado. El temor a China es real y la pérdida de liderazgo estadounidense también.
II
¿Cuál es la estrategia del gobierno de Donald Trump? Debilitar a la potencia emergente con batallas comerciales, concentrar sus fuerzas liberándose de alianzas, sin dar concesiones a organismos multilaterales ni a la legalidad internacional, imponiéndose por la fuerza. El viejo Tucídides dijo: «Quien puede recurrir a la violencia no tiene necesidad de recurrir a la Justicia». Eso es lo que nos dice una y otra vez Trump tanto a nivel internacional como en su política interna. Lo que tiende a confirmar que tiene miedo y que considera que la fuerza es su mejor argumento. ¿Sirven estas medidas para mantener una presión permanente, debilitar al enemigo sin llevar inevitablemente a la guerra? De los casos que estudió Allison, los cuatro «que evitaron la guerra requirieron enormes y dolorosos ajustes en las actitudes y las acciones no solo de parte del retador, sino también del desafiado» (Destined for War, 2017). Eso requiere una estrategia que no parece clara en la actitud de Trump. La explicación la da nuevamente Tucídides con otra reflexión de actualidad: «Las características de un buen líder son el intelecto, el sacrificio, la determinación y el autocontrol». Esas características no son exactamente las del líder estadounidense.
III
El profesor Allison fue alumno y colaborador de Henry Kissinger, que ya alertaba del peligro (China, 2011). Ambos son herederos de Maquiavelo, que fue, a su vez, admirador de Tucídides. Los tres son ejemplos, en diferentes momentos históricos, del realismo en política, basados en que el miedo y la fuerza son las herramientas fundamentales del poder. Maquiavelo puso al día las reflexiones del historiador griego adaptándolas a la modernidad que perfilaba el Renacimiento. Kissinger aplicó sin escrúpulos la realpolitik a la diplomacia contemporánea. Estos tres grandes realistas políticos coinciden con Thomas Hobbes en que «el hombre es un lobo para el hombre». Detectan en la humanidad un deseo de poder, de imponer sus propios intereses egoístas. Afirman que la naturaleza humana es conflictiva, trágica y poco racional. Parecen tener bastante razón si observamos la historia. Refuerzan la percepción de que el conflicto es inevitable. ¿Existen pistas para la esperanza?
Hay algunos cambios que enriquecen la realidad y fuerzan a mirar con más detalle. Por ejemplo, la existencia de la disuasión nuclear. En este caso el miedo y la fuerza tienen una característica única: el uso de bombas atómicas puede determinar la aniquilación de las partes en conflicto y eventualmente el fin de la civilización humana, lo que ha evitado su empleo desde que existen, después de Hiroshima y Nagasaki. Es un techo para la escalada que quizá está cada vez más cerca, pero que ninguno quiere romper.
Friedrich Engels (1820-1895) advierte que la tecnología militar introduce elementos de imprevisibilidad y contingencia en la historia, ya que las innovaciones en armas pueden alterar de manera súbita el equilibrio de fuerzas sociales y políticas, abriendo o cerrando oportunidades revolucionarias de forma no prevista. Por eso, la historia de la tecnología es para Engels un factor decisivo, con dinámica propia, en la transformación social y política. Engels no pertenece al universo de Tucídides, Maquiavelo, Kissinger o Hobbes. La naturaleza humana no es una esencia fija ni inmutable para Engels, sino el resultado de procesos históricos, sociales y materiales. Existe la posibilidad de que la globalización y la profundización de las crisis, la rápida interconexión entre millones de seres humanos alrededor del mundo puedan convertir el miedo en toma de conciencia y movilización aún nunca vistas, capaces de modificar el curso de la historia. Es otra manera de ver las cosas.
IV
Y, por supuesto, ¿cuál es la estrategia china? No es el mismo enfoque que el de Tucídides y sus herederos. Sun Tzu, un siglo más viejo que Tucídides, fue el autor de El arte de la guerra y ha tenido y tiene una influencia que ha trascendido ampliamente el ámbito bélico para abarcar la política y la cultura globales. El temor y la fuerza, para Tzu, no son el secreto del triunfo del poder. Él propone principios como la importancia de vencer sin combatir, el uso de la inteligencia y el engaño, la flexibilidad y la adaptación a las circunstancias. Afirma que la mejor victoria es la que se logra sin recurrir a la batalla y que el conocimiento profundo de uno mismo y del enemigo es fundamental para el éxito. Es otra visión de la guerra y de la naturaleza humana. Estoy dispuesto a apostar que sigue inspirando hoy la estrategia del poder emergente frente al poder hegemónico de Estados Unidos.
V
Trump y sus acólitos cayeron y están hundidos hasta la médula en la trampa de Tucídides. El temor y la falta de inteligencia y autocontrol del líder los lleva a la desesperación y son capaces de usar hasta los límites su enorme fuerza. Y arrastrar a muchos en el mismo camino.
Los chinos usan su propia estrategia e intentarán ganar la guerra sin tener que combatirla. Son un temible y astuto adversario.
Caminamos en campo minado y necesitamos ser capaces de no caer en ninguna trampa. El sabio general ateniense y el profundo filósofo chino nos acompañan, desde hace 26 o 27 siglos, con las mismas preguntas que aún la humanidad no ha terminado de responder.