La Universidad de la Educación: ¿será posible una síntesis? - Semanario Brecha

La Universidad de la Educación: ¿será posible una síntesis?

¿Vamos a seguir consagrando la eterna división entre la generación de conocimiento y su trasmisión? El camino contrario implica una síntesis que reúna en una sola institución los fundamentos originales de la creación del Ipa y las prácticas de la Udelar. Esto supone que las dos instituciones estén dispuestas a ceder parte de su poder y de sus aspiraciones.

En los últimos meses hemos asistido en Brecha a uno de los escasos debates educativos de los últimos tiempos. Me refiero al que protagonizaron Sebastián Sabini,1 por un lado, y Alma Bolón y Walter Ferrer,2 por otro. El primero defiende la creación de una nueva universidad dedicada a la formación docente, en continuidad con los institutos que ahora dependen del Consejo de Formación en Educación de Anep, y hace énfasis en la importancia del saber pedagógico y didáctico. Los segundos, contrarios al proyecto de la Universidad Nacional de la Educación, discuten la existencia de una producción académica en el área educativa de Anep, y reivindican el papel de las disciplinas como locus para la generación y la crítica del conocimiento, cosa que sólo se realiza, actualmente, en la Udelar.

Creo que ambas posturas tienen un núcleo de argumentación que merece ser defendido; creo, también, que ninguna apunta a soluciones que resuelvan la histórica divergencia entre la producción de conocimiento, generada en la Udelar, y su simple trasmisión, operada por la Anep. De ambas posturas, pretendo mostrar qué merece ser defendido y qué no, para concluir con una propuesta diferente y sintetizadora.

Que la producción de conocimiento sólo tiene lugar en el ámbito disciplinar, como dicen Bolón y Ferrer, es indiscutible. En la biología o la filosofía, la química o las letras, la sociología o las matemáticas, la generación de conocimiento se da por una sostenida y sistemática tarea de investigación, signada por los principios de provisionalidad y crítica permanente de los resultados obtenidos. Una universidad es, ante todo, un lugar donde este tipo de investigación ocurre, se enseña y se comunica a la sociedad. La formación de los jóvenes en contacto con esa lógica de producción de conocimiento es lo que genera, realmente, capacidad crítica y cuestionadora frente a los postulados del sentido común. Una universidad que olvide este aspecto nunca merecerá llamarse, propiamente, “universidad”.

Por otro lado, la importancia de producir conocimiento en el campo educativo para facilitar la enseñanza de las distintas disciplinas, como afirma Sabini, es también indiscutible. Existen ciertas disciplinas que no están dirigidas a ser trasmitidas a los estudiantes sino que tienen un carácter “práctico”, porque sirven para facilitar la tarea del docente en su práctica educativa. Pienso por ejemplo en la psicología evolutiva, que explica los cambios que atraviesan los estudiantes en sus distintos estadios de desarrollo (no es igual enseñar a un niño de 5 años que a uno de 10 o de 12, a un adolescente o a un adulto), o en la sociología de la educación, que ayuda a tomar conciencia de los condicionamientos sociales a los que está sometido el acto de educar y propone vías para su superación. Este fue el fundamento de la legitimidad de los Institutos de Formación Docente (Ifd) en Uruguay, desde la creación del Ipa en 1949 hasta hoy.

Sin embargo, es evidente que la formación docente en Uruguay ha vivido de espaldas a la producción sistemática de conocimiento. La pretensión de que allí existe una “fortaleza” que radica en el manejo de disciplinas “educativas”, carece, por lo tanto, de validez. En los institutos de Anep no se practica investigación sistemática ni generación de conocimiento en ninguna área: ni en aquellas en las que formarán los docentes, como química, historia o arte, ni tampoco en didáctica, psicología o sociología. Toda la investigación en el ámbito público se produce en la Udelar.

También es evidente, apenas alguien se acerca un poco a la realidad de la Udelar, que la preocupación por la educación ha oscilado entre ser nula, casi inexistente y, en el mejor de los casos, meramente declarativa. Las ciencias de la educación se encuentran entre los centros de investigación más rezagados de la Universidad, donde se vuelve difícil, incluso, llenar los más altos cargos: hay únicamente una investigadora (en femenino) que es grado 5 y, ante todo, experta en una disciplina que ha puesto al servicio de la reflexión sobre educación, aunque no sea educadora. La centralidad de las disciplinas se vuelve acá, diáfana. En las demás disciplinas de la Udelar, la enseñanza está ligada con la práctica misma de la disciplina, lo que, más allá de las azarosas dotes comunicativas del docente, no presenta las dificultades típicas de los demás niveles: sólo trabaja con adultos, en general atraídos por la disciplina que se enseña y que tienen sus necesidades más elementales satisfechas. En todo caso, Marx dixit, el educador debe ser educado.

Entonces, ¿qué hacer? ¿Vamos a seguir consagrando la eterna división entre la generación de conocimiento y su trasmisión? ¿Qué consecuencias ha tenido este divorcio en nuestra educación y en el desarrollo del país? Si empezamos por lo último, parece pertinente llamar la atención sobre un fenómeno tan interesante como lamentable: la separación de los dos ámbitos (generación y mera trasmisión de conocimiento), ha fomentado también dos ámbitos distintos de ejercicio profesional y de difícil reconciliación, debido a los intereses corporativos que han guiado tanto a Anep como a la Udelar. Por un lado, Anep ha cerrado el acceso a cargos docentes a personas ajenas a sí misma. Por reglamento, un estudiante del Ipa tiene prioridad para elegir horas, incluso sobre académicos consolidados, lo que permite que jóvenes sin preparación dicten clases en Secundaria sin dominar la asignatura. La falta de incentivos para el egreso lleva a un déficit permanente de docentes, lo que hace caer el nivel de la enseñanza. Por otro lado, la Udelar, que produce muchos más académicos de los que puede contratar, se ha beneficiado de la formación de un “ejército de reserva” de licenciados, magísteres y doctores que –al tener vedado su ingreso en otros niveles–, venden su valiosa formación a la única institución en la que pueden investigar y enseñar al precio de salarios vergonzosamente bajos.

En números de 2018:3 por 20 horas semanales de trabajo, una maestra de primer grado gana 29.398,51 pesos en Primaria; si trabaja en Formación Docente, también en primer grado, gana 33.379,52 pesos. ¿Y en la Universidad? Un grado 1, con 20 horas semanales, que puede ser licenciado y magíster, gana 13.203,02 pesos. Vayamos al otro extremo de la escala salarial: ¿Cuánto ganan los docentes al final de su carrera, también por 20 horas? En Primaria, una maestra de séptimo grado gana 48.269,12 pesos; en Formación Docente, 52.116,77 pesos; en la Udelar, un grado 5 con 20 horas gana 31.145,52 pesos. Es difícil conseguir aumentos de salarios cuando, por un lado, existe un ejército de reserva desempleado como el que tiene la Universidad y, por otro, se tienen las responsabilidades de la buena administración que derivan del cogobierno.

Los principales perjudicados de este estado de cosas son, claro está, los estudiantes de la educación inicial, primaria, media y terciaria del Uruguay. Mientras transitan por el sistema Anep, los niños y jóvenes tienen a los docentes mejor pagados del país y, comparativamente, los peor formados. Si entran a la Universidad, tendrán a los mejor formados y peor pagados. Y si egresan, se verán obligados a trabajar por una fracción de lo que ganan sus “colegas” sin formación. Mientras tanto, el país desperdicia a los mejores y más formados académicos para la enseñanza a niveles básicos. Esto no daña a los niños y a los jóvenes. Esto daña a todo el país.

En este contexto, la propuesta más lógica, creo, es lograr una síntesis que reúna en una sola institución los fundamentos originales de la creación del Ipa y las prácticas de la Udelar. Esto supone que las dos instituciones estén dispuestas a ceder parte de su poder y de sus aspiraciones por el bien del país.

La Universidad de la Educación debería ser una universidad de investigación en todos los campos disciplinares, desde los pedagógicos y prácticos, como las didácticas, hasta los especializados y avanzados, como la bioquímica o las ciencias de la información, aunque para ellos también se forme en la Udelar. No es realista pretender que los docentes de los Ifd se conviertan, de pronto, en “investigadores”. Tendrá que haber concursos abiertos para llenar los cargos.

Como en toda nueva universidad deberá comenzarse por llamar, en cada disciplina, a tribunales internacionales para designar a los grados 5; ellos definirán los perfiles que merecen ser impulsados y desarrollados. Sobre esos criterios, se llamaría a los grados 4, 3, 2 y 1, en ese orden, con cargos que permitan desarrollar la investigación, la enseñanza y la extensión. Si bien deberá haber cooperación con la Udelar y con otras universidades, esto obligará a pensar la creación de nuevos espacios, tales como laboratorios de investigación y de enseñanza (insuficientes hoy incluso en la Udelar), despachos, espacios deportivos y artísticos, salas de reuniones, etcétera.

Obviamente, esto también debería aplicarse a las disciplinas “prácticas”, tomando en cuenta un principio frecuentemente olvidado: no es posible enseñar algo que, realmente, no se domina de primera mano. Los métodos de enseñanza de cada disciplina sólo pueden desarrollarlos quienes practican esa disciplina, y acá está el fundamento principal que justifica una universidad donde se enseñe y se investigue simultáneamente. De hecho, ya casi no se habla de “didáctica general” sino sólo de “didácticas” especializadas para cada disciplina. ¿Cómo puede decirle un pedagogo a un bioquímico cómo debe enseñar bioquímica? Deberá ser el bioquímico el que, junto con especialistas en las disciplinas “prácticas” de ese mismo instituto, desarrolle los métodos de enseñanza más adecuados y los aplique a su práctica cotidiana. Además, un posgrado en fundamentos educativos podría complementar la formación de académicos titulados para que se incorporen como docentes, elevando así el nivel de la educación.

¿Será posible llevar a cabo un proyecto así? Lo dejo a consideración del debate público.

*    Profesora de educación media, licenciada en sociología, magíster en educación, doctora en sociología y profesora titular del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Udelar.

  1. “En Uruguay se necesita una tercera universidad pública” en https://educacion.ladiaria.com.uy/articulo/2018/1/en-uruguay-se-necesita-una-tercera-universidad-publica/#subscribe-footer y “Aclaraciones imprescindibles” en https://brecha.com.uy/aclaraciones-imprescindibles/
  2. “Universidades por encargo: diga el conjuro” en https://brecha.com.uy/universidades-encargo-diga-conjuro/, “Universidad de la educación: ¿y la formación” en https://brecha.com.uy/universidad-la-educacion-la-formacion/ y “Aclaraciones prescindibles. Sobre la Universidad de la Educación” en https://brecha.com.uy/aclaraciones-prescindibles/
  3. http://www.anep.edu.uy/anep/phocadownload/tablasderemuneraciones/2018/retribuciones%202018.pdf y http://www.universidad.edu.uy/prensa/renderItem/itemId/41630

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