En los últimos meses, Washington ha tenido mucho para decir sobre el poder misilístico, naval y aéreo cada vez mayor de China. Pero, cuando los oficiales del Pentágono abordan el tema, suelen hablar menos de las capacidades actuales del país –todavía enormemente inferiores a las de Estados Unidos– que del mundo que vislumbran en 2030 o 2040, cuando se espera que Pekín haya adquirido armamento mucho más sofisticado.
«China ha invertido mucho en nuevas tecnologías, con la intención declarada de completar la modernización de sus fuerzas para 2035 y de contar con un “ejército de categoría mundial” para 2049», declaró en junio el secretario de Defensa, Lloyd Austin. Estados Unidos, aseguró Austin ante el Comité de Servicios Armados del Senado, aún posee «la mejor fuerza de combate conjunta de la Tierra». Pero solo con un gasto adicional de miles de millones de dólares al año –añadió– puede este país esperar «superar» los avances proyectados por China para las próximas décadas.
Casualmente, sin embargo, este razonamiento tiene un fallo importante. En 2049, los militares chinos (o lo que quede de ellos) estarán tan ocupados lidiando con un mundo ardiente, inundado y agitado por el cambio climático –que amenaza la propia supervivencia del país– que apenas tendrán capacidad, y menos aún voluntad, para iniciar una guerra con Estados Unidos o cualquiera de sus aliados.
Es normal, por supuesto, que los oficiales militares estadounidenses se centren en las medidas estándar de poder militar cuando se habla de la supuesta amenaza china, incluyendo el aumento de los presupuestos militares, las armadas más grandes y similares. Estas cifras se extrapolan a un momento imaginario del futuro en el que, según estas medidas habituales, Pekín podría superar a Washington. No obstante, ninguna de estas evaluaciones tiene en cuenta el impacto del cambio climático en la seguridad de China. De acuerdo con los expertos en la materia, a medida que la temperatura global aumente, el país será asolado por los graves efectos de una interminable emergencia climática y se verá obligado a desplegar todos los instrumentos de gobierno, incluido el Ejército Popular de Liberación (EPL), para defender a la nación de inundaciones, hambrunas, sequías, incendios forestales, tormentas de arena y océanos invasivos.
China no estará sola en esto. Los efectos cada vez más graves de la crisis climática ya están obligando a los gobiernos del mundo a destinar fuerzas militares y paramilitares a la lucha contra los incendios, la prevención de inundaciones, la ayuda ante las catástrofes, el reasentamiento de la población y, a veces, al simple mantenimiento de las funciones gubernamentales básicas. De hecho, durante este verano de fenómenos climáticos extremos, los militares de muchos países, como Argelia, Alemania, Grecia, Rusia, Turquía y –sí– Estados Unidos, se han visto involucrados en este tipo de actividades, al igual que el EPL.
Este es solo el comienzo. Según un reciente informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) de la Organización de las Naciones Unidas, los fenómenos climáticos extremos, que se producen con una frecuencia cada vez más aterradora, serán cada vez más destructivos y devastadores para las sociedades de todo el mundo, lo que, a su vez, hará que las fuerzas militares tengan que desempeñar un papel cada vez más importante a la hora de enfrentar los desastres relacionados con el clima. «Si el calentamiento global aumenta –señala el informe– habrá una mayor probabilidad de que se produzcan fenómenos [climáticos extremos] con intensidades, duraciones o extensiones espaciales mayores, sin precedentes en los registros de observación.» En otras palabras, lo que hemos presenciado en el verano boreal de 2021, por devastador que pueda parecer ahora, se magnificará muchas veces en las próximas décadas. Y China, un gran país con múltiples vulnerabilidades climáticas, claramente necesitará más ayuda que la mayoría.
EL PRECEDENTE DE ZHENGZHOU
Para comprender la gravedad de la crisis climática a la que se enfrentará China, basta con ver la reciente inundación de Zhengzhou, una ciudad de 6,7 millones de habitantes y capital de la provincia de Henan. En un período de 72 horas, entre el 20 y el 22 de julio, Zhengzhou fue inundada por una cantidad de lluvia que, en otro tiempo, habría representado el nivel de precipitación normal para un año entero. El resultado fue una inundación a una escala sin precedentes y, bajo el peso de esa agua, el colapso de la infraestructura local. Al menos 100 personas murieron en la propia Zhengzhou –entre ellas, 14 que quedaron atrapadas en un túnel del metro que se inundó hasta el techo– y otras 200 en pueblos y ciudades de los alrededores. Además de los daños generalizados en puentes, carreteras y túneles, se inundaron unos 2,6 millones de acres de tierras de cultivo y resultaron dañadas importantes cosechas.
En respuesta, el presidente Xi Jinping llamó a una movilización de todo el gobierno para ayudar a las víctimas de las inundaciones y proteger las infraestructuras vitales. «Xi pidió a los funcionarios y a los miembros del Partido de todo nivel que asumieran sus responsabilidades y fueran a la primera línea para orientar los trabajos de control de las inundaciones», según informó la cadena de televisión gubernamental CGTN. «Las tropas del EPL y de las fuerzas armadas de la Policía deben coordinar activamente las labores locales de rescate y socorro», dijo Xi a los altos funcionarios.
El EPL respondió con celeridad. Ya el 21 de julio, según el diario gubernamental China Daily, más de 3 mil oficiales, soldados y milicianos del Comando del Teatro Central habían sido desplegados en Zhengzhou y sus alrededores para ayudar en la catástrofe. Entre los enviados había una brigada de paracaidistas de la fuerza aérea asignada al refuerzo de dos presas que habían sufrido peligrosas rupturas a lo largo del río Jialu, en la zona de Kaifeng. De acuerdo al China Daily, la brigada construyó un muro de sacos de arena de 1,5 quilómetros de largo y 1 metro de alto para reforzar la presa. A estas unidades pronto se sumaron otras y, finalmente, unos 46 mil soldados del EPL y de la Policía Armada del Pueblo fueron desplegados en Henan para ayudar en las tareas de socorro, junto con 61 mil milicianos. Es significativo que entre ellos había al menos varios centenares de efectivos de las Fuerzas de Cohetes del EPL, la rama militar responsable de mantener y disparar los misiles balísticos intercontinentales de China.
El desastre de Zhengzhou fue importante en muchos sentidos. Para empezar, demostró la capacidad del calentamiento global para dañar de forma grave a una ciudad moderna prácticamente de la noche a la mañana y sin previo aviso. Al igual que las devastadoras lluvias torrenciales que saturaron los ríos de Alemania, Bélgica y los Países Bajos dos semanas antes, el aguacero de Henan fue causado en parte por la mayor capacidad que una atmósfera en calentamiento tiene para absorber humedad y mantenerla fija en el lugar, descargando toda el agua almacenada en una gigantesca cascada. Este tipo de eventos se considera ahora un resultado distintivo del cambio climático, pero su momento y ubicación rara vez pueden predecirse. Por eso, aunque los funcionarios meteorológicos chinos advirtieron de un episodio de fuertes lluvias en Henan, nadie imaginó su intensidad y no se tomaron precauciones para evitar sus consecuencias extremas.
De manera ominosa, ese acontecimiento también puso de manifiesto importantes defectos en el diseño y la construcción de las numerosas «nuevas ciudades» de China, que han surgido en los últimos años a medida que el Partido Comunista Chino (PCCH) ha trabajado para reubicar a los empobrecidos trabajadores rurales en metrópolis modernas y muy industrializadas. Normalmente, estos centros urbanos –el país cuenta ahora con 91 ciudades con más de un millón de habitantes– resultan ser vastos conglomerados de autopistas, fábricas, centros comerciales, torres de oficinas y edificios de apartamentos de gran altura. Durante su construcción, gran parte del paisaje original queda cubierto de asfalto y hormigón. En consecuencia, cuando se producen fuertes precipitaciones, quedan pocos arroyos o riachuelos para que la escorrentía resultante drene y, como resultado, cualquier túnel, metro o autopista de baja altura que se encuentre cerca suele inundarse, amenazando la vida humana de forma devastadora.
EL PELIGROSO FUTURO CLIMÁTICO DE CHINA
La inundación de Zhengzhou no fue sino un incidente puntual, que consumió la atención de los dirigentes chinos durante un momento relativamente breve. Pero también fue un presagio inequívoco de lo que China –ahora el mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo, según un reciente informe del Rhodium Group– va a sufrir con una frecuencia cada vez mayor a medida que aumenten las temperaturas globales.
En las próximas décadas, todas las naciones se verán, por supuesto, asoladas por los efectos extremos del calentamiento global. Pero debido a su geografía y topografía, China corre un riesgo especial. Muchas de sus mayores ciudades y zonas industriales más productivas, como por ejemplo Guangzhou, Shanghái, Shenzhen y Tianjin, están situadas en zonas costeras bajas a lo largo del océano Pacífico, por lo que estarán expuestas a tifones cada vez más graves, inundaciones costeras y aumento del nivel del mar. Según un informe del Banco Mundial de 2013, Guangzhou, situada en el delta del río de las Perlas, cerca de Hong Kong, es la ciudad que corre el mayor riesgo de sufrir daños, desde el punto de vista económico, por la subida del nivel del mar y las inundaciones asociadas; su vecina Shenzhen es la décima ciudad con mayor riesgo.
Otras partes de China se enfrentan a amenazas igual de desalentadoras. Las regiones centrales del país, densamente pobladas, con grandes ciudades, como Wuhan y Zhengzhou, así como sus vitales zonas agrícolas, están atravesadas por una enorme red de ríos y canales que a menudo se inundan tras las fuertes lluvias. Gran parte del oeste y el noroeste de China están cubiertos por el desierto y una combinación de deforestación y disminución de las lluvias allí ha dado lugar a una mayor propagación de dicha desertificación, según un estudio publicado en la revista Nature. Del mismo modo, otro estudio, de 2018, sugirió que la muy poblada llanura del norte de China podría convertirse en el lugar más mortífero de la Tierra en cuanto a olas de calor devastadoras para finales de siglo y, para entonces, podría resultar inhabitable (véase «Lo que no miden los termómetros», Brecha, 12-XI-21); hablamos, pues, de futuros desastres casi inimaginables. Los distintos riesgos climáticos de China se pusieron de manifiesto en el nuevo informe del IPCC, Cambio Climático 2021. Entre sus conclusiones más preocupantes: el aumento del nivel del mar a lo largo de las costas chinas se está produciendo a un ritmo más rápido que la media mundial, con la consiguiente pérdida de superficie costera y el retroceso del litoral; el número de tifones cada vez más potentes y destructivos que azotan el país está destinado a aumentar; las fuertes precipitaciones y las inundaciones asociadas serán más frecuentes y generalizadas; las sequías prolongadas serán más frecuentes, especialmente en el norte y el oeste de China; las olas de calor extremas serán más frecuentes y durarán más tiempo.
Estas realidades tan arrolladoras darán lugar a inundaciones urbanas masivas, inundaciones costeras generalizadas, colapsos de presas e infraestructuras, incendios forestales cada vez más graves, pérdidas desastrosas de cosechas y la posibilidad cada vez mayor de una hambruna general. Todo esto, a su vez, podría provocar disturbios cívicos, trastornos económicos, movimientos incontrolados de población e incluso conflictos interregionales (en especial si el agua y otros recursos vitales de una zona del país se desvían a otras por motivos políticos). Todo esto, a su vez, pondrá a prueba la capacidad de respuesta y la durabilidad del gobierno central de Pekín.
FURIA CRECIENTE
En Estados Unidos se tiende a suponer que los dirigentes chinos se pasan todo el tiempo pensando en cómo alcanzar y superar a Washington como superpotencia mundial. En verdad, la mayor prioridad del PCCH es simplemente permanecer en el poder, y durante el último cuarto de siglo eso ha significado mantener un crecimiento económico suficiente cada año para asegurar la lealtad (o al menos la aquiescencia) de una mayoría de la población. Cualquier cosa que pueda amenazar el crecimiento o poner en peligro el bienestar de la clase media urbana –pensemos en los desastres relacionados con el clima– se considera una amenaza vital para la supervivencia del PCCH.
El hecho de que Xi sintiera la necesidad de intervenir personalmente envía un mensaje. Con la garantía de que las catástrofes urbanas serán cada vez más frecuentes y causarán daños a los residentes de la clase media, los dirigentes del país creen que deben demostrar su vigor e ingenio para que no desaparezca su aura de competencia y, por tanto, su mandato para gobernar. En otras palabras, cada vez que China sufra una catástrofe de este tipo, el gobierno central estará preparado para asumir el liderazgo de las tareas de socorro y enviar al EPL a supervisarlas.
No cabe duda de que los altos cargos militares son plenamente conscientes de los desafíos climáticos a la seguridad de China y del papel cada vez más importante que se verán obligados a desempeñar para hacerles frente. Sin embargo, la edición más reciente del Libro blanco de defensa de China, publicado en 2019, ni siquiera los menciona como amenaza para la seguridad de la nación. Tampoco lo hace su equivalente estadounidense más cercano, la Estrategia de defensa nacional del Pentágono de 2018, a pesar de que los altos mandos estadounidenses son muy conscientes de esos peligros crecientes.
Al haber tenido que llevar adelante operaciones de ayuda de emergencia en respuesta a una serie de huracanes cada vez más graves en los últimos años, los mandos militares de Estados Unidos están íntimamente familiarizados con el impacto en potencia devastador del calentamiento global. Los gigantescos incendios forestales que todavía se están produciendo en el oeste estadounidense no han hecho más que reforzar este convencimiento. Al igual que sus homólogos en China, desde 2010 el Departamento de Defensa reconoce que las fuerzas armadas se verán obligadas a desempeñar un papel cada vez más importante en la defensa del país, no de misiles enemigos u otras fuerzas, sino de la furia creciente del calentamiento global.
En este mismo momento, el Departamento de Defensa está preparando una nueva edición de su Estrategia de defensa nacional. En una orden ejecutiva firmada el 27 de enero, su primer día completo en el cargo, el presidente Joe Biden ordenó al secretario de Defensa que «considerara los riesgos del cambio climático» en esta nueva versión. No cabe duda de que la cúpula militar china traducirá la nueva Estrategia de defensa nacional estadounidense en cuanto se publique, probablemente a finales de este año. Después de todo, gran parte de ella se centrará en el tipo de movimientos militares de Estados Unidos para contrarrestar el ascenso de China en Asia, que han sido enfatizados tanto por las administraciones de Donald Trump como de Biden. Será interesante ver cómo interpretan las menciones al cambio climático y si una retórica similar comienza a aparecer en los documentos militares chinos.
De una manera u otra, podemos estar razonablemente seguros de una cosa: como su propio nombre deja muy claro, el viejo formato de guerra fría para la política militar ya no se sostiene, no en un planeta tan sobrecalentado. En consecuencia, cabe esperar que en 2049 los soldados chinos pasen mucho más tiempo llenando sacos de arena para defender la costa de su país de la subida del nivel del mar que manejando armamento para luchar contra los soldados estadounidenses.
* Michael T. Klare es profesor emérito de Estudios de Paz y Seguridad Mundial en la Universidad de Hampshire. Su último libro es All Hell Breaking Loose: The Pentagon’s Perspective on Climate Change.
(Publicado originalmente en Tom Dispatch. Brecha publica fragmentos con base en la traducción de Roberto Álava para Sin Permiso.)