¿A qué partido se le colgarán en el pecho las muertes violentas del 1 de marzo de 2025 si el Frente Amplio gana las elecciones? ¿Al que ya se va o al que recién llegó? Pregunta absurda, ¿verdad? ¿Cómo califica el silencio de todo el sistema político frente a la paliza de no votos que acompañó la propuesta de allanamientos nocturnos? ¿Pulsión suicida?
CONTEXTO
Hace 15 años que ese tipo de iniciativas son derrotadas por votaciones cada vez más abultadas, aunque siempre se producen bajo la presión emocional de la «mayor crisis de inseguridad de nuestra historia». Entre 2014 y 2024 el rechazo pasó de 53 a 60 por cada 100 votantes. Los agentes políticos que promueven esos artefactos están acostumbrados a perder y eludir el resultado –como un charco en la vereda– para seguir abrazados a su convicción de que la sociedad necesita y desea mano dura. Aunque ella misma no lo sepa y vote lo contrario. Dijo que no, pero era que sí. ¿Suena conocido? Recordemos. El derrotado de 2019 recibió el ministerio y las reformas legales necesarias para implementar las políticas que las urnas le habían negado a su programa Vivir sin Miedo. Anotemos. El perdedor de 2014 con el proyecto para bajar la edad de imputabilidad penal se sigue sintiendo con autoridad para orientar las políticas de seguridad de cara al próximo quinquenio. Aterricemos. El 24 de octubre pasado, el presidenciable más votado escuchó pacíficamente cómo uno de sus asesores dibujaba en el aire una oferta securitista inspirada en la misma matriz de simplismo punitivo que sería abrumadoramente rechazada tres días después (en el programa En la mira). Ahora cabe preguntar si el derrumbe del sí amarillo emite algún mensaje relevante para la conducción del Frente Amplio. Los próximos meses mostrarán si decide usar su influencia política –como gobernante o gran opositor– para innovar frente a un modelo de política criminal que hasta ahora solo hizo más frágil a nuestra sociedad. Hay voluntad política de la sociedad expresada en tres elecciones consecutivas, también experiencias y acumulación intelectual para intentar algo diferente (véase entrevista a Emiliano Rojido, Nada que perder, 17-X-24). Sin embargo, la corriente empuja en otra dirección.
VOX POPULI
La potencia de las derechas radicales ya provocó sorpresa, negación, ironía, parálisis, rebeldía. Reacciones superpuestas y secuenciales, que van y vuelven cuando apenas transcurre década y media de esta historia. La victoria electoral de Trump activa una nueva ola de corrección política que abarca desde pesadumbres hasta alegrías desbordadas. El editorialista de El País no estuvo tímido el domingo pasado al celebrar el vox populi conservador: «La sociedad, que muchas veces se puede equivocar en algunas decisiones, alberga una sabiduría básica de que hay cosas centrales con las que no se jode». Endosa la reelección de Trump con el amor colectivo por el lucro material y la legitimación de discriminaciones de base sexual, mientras salta por arriba de lo radicalmente antidemocrático del pensamiento y la práctica del sujeto electo. En la zona compungida no faltan miradas lúcidas, rebeldes, actuales y no tanto, que antes o después darán sus frutos.1 Para esta coyuntura se impone poner atención al ensayo de coreografías políticas que buscan el tono con la nueva vox dei. Se esfuma el enojo desairado porque la gente no entiende, y en su lugar aparecen gestos aprendidos para capturar favor electoral en las regiones más reacias a lo político y sus complejidades; entre la gente que no entiende, pero vota. Las ideas expuestas en la breve intervención del asesor de seguridad de Orsi no son ocurrencias del momento; me consta. Pero calzan sin roces en la retórica adaptativa al nuevo orden de corrección política. Su importancia contextual deriva de que –en tiempos electorales– estos discursos son performativos del compromiso de política pública que amenaza ser cumplido durante los próximos cinco años.
LO MEJOR NO ESTÁ POR VENIR
El nombre mágico de Nayib Bukele no suena mucho en esta campaña electoral. El securitismo cauto de 2024 no pega con la omnipotencia del salvadoreño. Después de años de cafichear miedos sin pudor, se impuso una gestualidad de compunción compartida, un abrazo caracol alrededor de la mesa de un fracaso que es de todos. Lo curioso es que nadie supo cómo resolver el problema, pero en lo sustantivo amenazan seguir haciéndolo igual: aumento de penas, cárcel más eficiente y más policías para un país que araña el tope mundial de prisionalización canalla y del número de policías cada 100 mil habitantes. Al asesor de Orsi no se le caen dudas cuando apuesta por mayor violencia estatal. Barrios criminales destinados a ser arrasados y seres irrecuperables merecedores de castigo sin término; un enemigo interno contra el que «los buenos» no debemos permitirnos esperanzas ni piedad. Es difícil encontrar una renuncia tan explícita al rol de la política como instancia civilizadora y humanista. ¡Vamos con la ira de Leviatán que estamos apurados! El mayor problema social que acarrea la implementación de esas doctrinas es su invariable éxito. No bajan los niveles de violencia societal y sí se diversifican sus formas; fortalecen el poder económico, la capacidad militar y el atractivo cultural de las estructuras criminales; otorgan mayor poder político y administrativo a liderazgos de bala y cachiporra; debilitan la autoridad política y estatal democrática por frustración de las promesas de vivir sin miedo ni inseguridad. No estoy haciendo un vaticinio, sino enunciando rasgos de realidad verificables en la experiencia dramática del continente. Con la imaginación y la audacia postradas, el securitismo punitivo elige ignorar esos datos. Con idéntica simpleza presenta las trayectorias vitales de multitudes abandonadas a su suerte de mercado como si fueran ajenas al devenir social. Reconoce las múltiples fracturas que atraviesan a la sociedad, pero propone tratarlas como anomalías ajenas que solo pueden resolverse con castigo y encierro. El nudo de la época es que en materia de seguridad y convivencia no existen éxitos radicales y a corto plazo. Un trago de amargura que debería ser punto de partida para cualquier programa político que busque liderar una voluntad colectiva de no repetir fracasos. Una decisión política y cultural que en los próximos meses recaerá sobre Yamandú Orsi y la conducción del Frente Amplio.
- Solo como muestra dejo tres enlaces: «The man of the century» (Gabriel Delacoste, Brecha, 7-XI-24), «Querida arma humeante» (Franco Berardi, Lobo Suelto, 6-XI-24) y «El día de la marmota» (Sandino Núñez, La Diaria, 17-V-16). ↩︎