Decidir poner en escena un clásico forma parte de una ecuación en la que nunca faltan algunos términos fijos: implica un plus en el currículum del actor, el trabajo al cual expone al elenco permite que crezcan en su oficio y se cumple una especie de “deber” social de no echar al olvido aquellos grandes dramaturgos que conquistaron la universalidad. Porque los clásicos logran dar cuenta de cuestiones que, por ahora, siguen vigentes. Y es esa extraordinaria genialidad que se comparte generación tras generación cuando se montan sus obras.
Entre los magistrales maestros de la pluma dramática, Shakespeare es, sin lugar a dudas, de los que ha logrado traer a la superficie los más profundos conflictos del alma humana. Esa permanente capacidad de dar cuenta de las agudas contradicciones del espíri...
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