Hace años que Israel viene negándole la entrada al país a diversos activistas que militan por los derechos humanos de los palestinos. Pero esta política se ve cada vez más formalizada. El pasado domingo el gobierno más derechista de la historia del Estado hebreo publicó una lista de 20 organizaciones que apoyan al movimiento internacional Boicot, Desinversiones y Sanciones (Bds) contra Israel, a cuyos miembros no dispensará visas ni permisos de residencia. “Hemos cambiado de una (estrategia) defensiva a la ofensiva”, anunció el ministro de Asuntos Estratégicos israelí, Gilad Erdan, tras divulgarse el listado que incluye, entre otras, diversas organizaciones locales del movimiento Bds –por ejemplo, las versiones chilena, francesa, italiana y sudafricana– y seis Ong estadounidenses, como la judía Jewish Voice for Peace y el American Friends Service Committee, que durante la Segunda Guerra Mundial auxilió a judíos perseguidos y que recibió el premio Nobel de la paz en 1947.
La lista negra es consecuencia de una ley aprobada por el Knesset en marzo pasado y que prohíbe la entrada a Israel de extranjeros que hayan “hecho un llamado público a boicotear el Estado de Israel o declarado haber participado de tal boicot”, según indicó el gobierno en ese momento, y forma parte de un largo y más amplio esfuerzo para combatir al movimiento Bds.
No es sólo el impacto económico del boicot lo que preocupa al gobierno de Biniamin Netaniahu, sino sobre todo su fuerza simbólica: “Esta gente está tratando de explotar la ley y nuestra hospitalidad para (…) difamar al país”, explicó su ministro del Interior, Arye Dery. Según divulgó el diario israelí Haaretz el martes pasado, el gobierno israelí destinó 37 millones de dólares para montar una firma secreta sin fines de lucro para “luchar contra la campaña de deslegitimación” del país a través de “actividades de sensibilización masivas”. Pero hace años que el Estado israelí destina cientos de millones de dólares a combatir el Bds en diferentes puntos del planeta.
Como señala Peter Beaumont, corresponsal en Jerusalén del británico The Guardian, la lista legra es tan sólo una de las tantas medidas populistas anunciadas por el gobierno ultraderechista israelí en el último tiempo, otra ha sido la deportación de 40 mil inmigrantes africanos. Hace meses que el Ejecutivo se encuentra afectado por una larga serie de escándalos de corrupción.
Varias Ong han señalado que la ley aprobada en marzo ha servido para legalizar una práctica contra activistas que Israel ha aplicado anteriormente. Así, en noviembre pasado el país le negó la entrada a un empleado de Amnistía Internacional, una organización que no figura en la lista divulgada el domingo.
Algunas de las organizaciones que figuran en la nueva lista negra afirman que la prohibición les ha generado más simpatizantes y afiliados, y que al no desarrollar actividades en Israel o Palestina no se verán afectadas por la prohibición. Pero para tantas otras que sí trabajan en territorio palestino, la nueva medida supone un duro golpe. Una de ellas es la sueca Palestinagrupperna (Asociación Sueca de Solidaridad con Palestina), que explicó que ya “no podrá hacer el seguimiento de proyectos que reciben ayuda del gobierno sueco” en Cisjordania, porque el ingreso a los territorios palestinos depende de Israel. Incluso la frontera palestina con Jordania la controla Israel, señaló.
Asad Rehman, director ejecutivo de la organización británica War on Want (que también figura en la lista), apuntó a su vez que la limitación del ingreso a Israel no es una práctica nueva en ese país, ya que durante los últimos 70 años éste recurrió sistemáticamente a las prohibiciones de viaje, los desalojos y las demoliciones de hogares para incordiar a los palestinos. “Las detenciones arbitrarias y sin juicios, el castigo colectivo, la violencia y torturas sin reparación” se han vuelto “parte de la vida cotidiana de las familias palestinas”, señaló en una columna de opinión (The Guardian, 9-I-18). “Estas injusticias son justamente las razones por las que existe el movimiento Bds”, sentenció.