Al comienzo de la película1 el protagonista, enfundado en un traje de astronauta, flota en el cosmos, descendiendo lentamente sobre la luminosa ciudad de París. Una toma de una autopista, por la que corre un flujo constante de vehículos, se repetirá, como transición entre escenas, una y otra vez a lo largo del metraje. Así, el protagonista percibe la ciudad y su movimiento como si fuese un observador distante, una suerte de “marciano” sorprendido continuamente con las extravagancias de la actividad mundana. En el título que obtuvo esta película para su exhibición en Argentina y Uruguay se sustituyó la palabra “planeta” por “familia”, vaya uno a saber con qué intención, imposibilitando el juego con el planeta Marte, al que hace referencia el apellido de la familia principal.
Y es que Philippe Mars, con algo más de 40 años, lleva una vida bastante anodina; hace dos décadas que trabaja enfrascado en la misma empresa de computación, donde su jefe parece valorar su labor pero al mismo tiempo le exige, entre sonrisas amigables, un rendimiento desmesurado. Philippe es un hombre bonachón y con cierto idealismo, que parece seguir una particular inercia, viviendo en automático y siendo superado continuamente por situaciones que escapan a su entendimiento y su capacidad de resolución. Recientemente divorciado, vive con dos hijos adolescentes, con los que choca continuamente: su hija parece obsesionada por el estudio, la productividad y el éxito; en las antípodas, su hermano tiene dificultades de atención, se le ve disperso, viviendo sus primeras experiencias sexuales, y parece recientemente volcado hacia la militancia animalista.
El humor negro es sumamente efectivo, y esto se debe principalmente a la solvencia de sus intérpretes, pero también al continuo desconcierto que atraviesa el protagonista, desbordado por una sucesión de circunstancias desafortunadas e interlocutores totalmente excéntricos. Desde un compañero de trabajo antisocial y con brotes psicopáticos, pasando por sus padres fallecidos que se le aparecen como espectros, hasta su propia hermana, una artista plástica “provocadora” y exitosa.
Los puntos menos interesantes de esta película son su predecible resolución y ciertos giros con olor a moralina –el que concierne a su hija, por ejemplo–. El inminente cambio de postura del protagonista con respecto a los principales problemas de su vida es algo que se ve venir desde un comienzo, pero es de todos modos notable cómo la película conjuga el tono coloquial y costumbrista con elementos del absurdo, llevados a extremos grotescos. Algunos choques generacionales entre el personaje y sus hijos, las discusiones sobre el vegetarianismo, la violencia, la guerra y la producción alimentaria son, además de hilarantes, sumamente representativos de un debate social en boga que enfrenta hoy continuamente a padres e hijos. El director Dominik Moll (quien anteriormente filmó, entre otras, Harry, un amigo que te quiere bien y Lemming) logra una comedia atrapante, inteligente, sumamente disfrutable.
- Des nouvelles de la planète Mars. (Dominik Moll, 2016.)