Esperan la partida hacia Las Cañas desde la medianoche, cuando el último bondi que salió del barrio los arrimó hasta el Centro. La madrugada está fría y los muchachos instalados en el punto de encuentro se echan por encima el sobre de dormir. A las cuatro de la mañana la explanada de la universidad está copada. Invadidos, los vagabundos aprovechan la ocasión para hacerse de algún pucho.
Dentro del ómnibus las reglas son claras: nada de alcohol y las ganas incontenibles de fumar pueden ser saciadas, de a uno por vez, en la cabina del chofer. Un grupo de pasajeros se ocupa de la banda sonora del viaje –Buenos Muchachos, Cuatro Pesos de Propina, el flaco Spinetta– hasta que otro les suelta: “a ver, la guitarrita”. Se apaga la luz, pero los chiquilines demoran un rato más en apagarse.
Son más ...
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