El Frente Amplio tiene el proyecto de crear su propia escuela de formación política. La concepción ha quedado en manos del ex rector de la Universidad Rodrigo Arocena para quien “el agotamiento” de los proyectos de izquierda es visible: “¿Y cómo vamos a hacer para revitalizarlos si, entre otras cosas, no estudiamos y aprendemos?” Pero es un camino en el que se abren otras preguntas: ¿se quiere formar a cuadros políticos para que gobiernen o a todo frenteamplista que desee acercarse?, ¿va a primar una línea ideológica?, ¿cómo se van a conjugar todas las corrientes del FA?, ¿quiénes serán los docentes? Además, las ideas que se tienen de la formación política en la izquierda están plagadas de mitos –o no tanto–: ¿antes se leía más?, ¿se deterioró el debate de ideas?, ¿los militantes eran más ilustrados?
Ocurrió este año, aunque sin la visibilidad que proporcionan las luces del estadio, el Frente Amplio finalmente aprobó la creación de una escuela propia de formación política. “Esa es una inmensa dificultad que seguramente me desborda”, le respondió el ex rector de la Universidad de la República Rodrigo Arocena al presidente del Frente Amplio, Javier Miranda, cuando este se comunicó la pasada primavera para proponerle que se encargara de tamaña tarea.
Para empezar, el propio concepto de formación política trae aparejadas distintas interpretaciones. El educador británico Harold Enwistle escribía ya en 1977: “Los que se interesan por este tema no están en absoluto de acuerdo en cómo debe ser la educación política”. Hay quienes lo equiparan a la formación ciudadana y encuentran sus orígenes en la antigua Grecia. Y quienes trascienden la idea de una formación ciudadana pasiva y entienden que la formación política va ligada al intento de modificar la realidad. Esta última visión parece ser la más difundida entre los distintos actores que conforman el FA. “Si no hay una formación sobre la práctica, la pura teoría no sirve para nada”, opinó la senadora Daisy Tourné en diálogo con Brecha. En la misma línea, Ernesto Agazzi –hoy encargado del área de formación del Mpp– la concibe como una herramienta para militar mejor. Si no cumple ese cometido, será sólo “ilustración”. Esta idea también parece obsesionar a Arocena, que resalta la imperiosa necesidad del vínculo entre generación de conocimiento y su uso socialmente valioso.
Pero, aunque este proyecto sea quizás el más ambicioso, no es el primer intento que el FA hace por formar a sus militantes. En 1992 el entonces presidente de la coalición, el general Liber Seregni, creó el Instituto Fernando Otorgués (Ifo), que funcionó hasta 2001. Si bien inicialmente cumplió las veces de organismo asesor de los parlamentarios frenteamplistas, en 1996, cuando Seregni renunció a la presidencia del partido y abandonó también la dirección de este instituto, el nuevo equipo a cargo le dio otras funciones. Asumió en ese momento la dirección general el socialista José Díaz con un equipo conformado por Carmen Beramendi, Álvaro Portillo y, precisamente, Rodrigo Arocena. Se propuso entonces que el Ifo se dedicara también a la formación en políticas públicas, pensando sobre todo en la necesidad de tener militantes formados ante la posibilidad de llegar al gobierno nacional. Díaz (ex ministro del Interior durante el primer gobierno de Tabaré Vázquez) recuerda que realizaron cursos en los que participaron más de cien personas, tanto en Montevideo como en algunos departamentos del Interior. Beramendi asocia aquel espacio como un sitio donde se podía pensar colectivamente, “cuestión que a mi juicio quedó pendiente hasta hoy”, reflexiona. El mismo año que el Ifo llegó a su fin, Tabaré Vázquez planteó la necesidad de crear un centro de formación y estudios, pero, pese al supuesto apoyo de diversos sectores, nunca fue implementado.
En el período en que la senadora Mónica Xavier fue presidenta del FA, se planteó también la importancia de pensar una formación sistemática desde la coalición y no únicamente desde los sectores, pero no se logró que el proyecto trascendiera algunas actividades puntuales.
Durante la campaña para la presidencia del FA, en 2016, el actual titular de la coalición, Javier Miranda, hizo hincapié en la importancia de la formación política. En ese entonces recurrió a Agustín Canzani, director de la Fundación Liber Seregni, para pensar el tema. Incluso hizo una actividad para abordar el problema en Paysandú. Una vez que resultó electo presidente, conformó una comisión para pensar la formación, integrada por Ernesto Agazzi, la senadora Constanza Moreira y Canzani. De allí surgió un planteo para realizar los primeros dos cursos –uno de historia a cargo del profesor Gabriel Querici y otro de economía organizado por miembros del Ecomité–, que se desarrollaron en 2017. Canzani investigó la formación en otros países de América Latina y concluyó que era necesario el uso de las nuevas tecnologías. Buscaba un formato que permitiera dar los cursos vía Internet, pero con la posibilidad de interactuar (así llegó al formato conocido como “webinar”). Desde la página web del FA se hizo una convocatoria abierta para aquellos que quisieran participar de estas dos instancias de formación. Se inscribieron 180 personas, pero fue un número bastante menor el que terminó los cursos.
Tras estas experiencias, Arocena escribió un documento –luego de haber conversado, fundamentalmente, con muchos jóvenes– en el que sugiere algunas características que debería tener la escuela. Allí remarca la importancia de que no se piense en una escuela de cuadros concebida para futuros gobernantes, sino en algo capaz de reunir a frenteamplistas de distintos ámbitos y con diversos vínculos con el FA, para generar una militancia social y política. También manifiesta la necesidad del carácter plural de los conocimientos volcados y la discusión como eje de los cursos y talleres. Además, se plantea la existencia de un pequeño centro de investigación y de una revista digital a los que por ahora llama “Agenda transformadora” y “Síntesis, para estudiar la izquierda” respectivamente. Una y otra vez repite que en esta tarea es muy fácil fracasar, por lo tanto, será un proyecto a desarrollar paulatinamente. En su discurso, la escuela podría existir de aquí a diez años. Arocena considera que esta formación es hoy más indispensable que nunca, “porque el agotamiento de los proyectos de izquierda es visible. ¿Y cómo vamos a hacer para revitalizarlos si, entre otras cosas, no estudiamos y aprendemos?”.
EL MITO DEL PASADO DORADO. El FA tiene la característica poco común de ser, precisamente, un frente y no un partido. Por ello, además de resolver las cuestiones más instrumentales, la primera piedra en el zapato para unos, magnífica posibilidad para otros, es cómo conjugar las diversas vertientes ideológicas que conforman la coalición. Para Canzani esto significa que la coalición no puede realizar una formación ideológica “clásica”. Agazzi es aún más contundente: “El FA no puede hacer formación ideológica porque lo que lo une es un programa y no una ideología”. La discusión no es nueva. Es el mismo motivo por el que parecen no haber prosperado los intentos pasados. Cuando Beramendi piensa en los proyectos que quedaron por el camino, lo asocia no sólo con esta dificultad, sino con el hecho de que los sectores jerarquizan su porvenir sobre lo colectivo. Arocena, en tanto, es más optimista: “Yo recuerdo lo que era la izquierda antes del FA, era muy difícil ponerse de acuerdo para las cosas más chiquititas. ¿Es fácil ponerse de acuerdo hoy? No, pero es mucho menos difícil que antes”.
Cuando el FA todavía no era tal, los distintos sectores que vinieron luego a conformarlo tenían su propia formación –de hecho, muchos de ellos mantienen esos espacios–. Pero era una formación que difiere bastante de la que se pretende realizar en la actualidad. Existía entonces una inmensa preocupación por la ilustración de los militantes. El historiador Aldo Marchesi indica que este fue un rasgo distintivo del siglo XX que se refleja en el hábito sistemático de lectura que ha quedado sellado en viejos militantes. Pero, si bien las distintas organizaciones incentivaban, entre otras cosas, la necesidad de leer, los militantes de entonces, con unos pocos libros –que hacían las veces de Biblia para el creyente–, podían incorporar las ideas fundamentales y dar casi cualquier discusión. Esto y un tipo de educación basado más en la trasmisión que en el debate hacían que la formación fuese más ortodoxa. Así, el historiador Carlos Demasi sostiene que la formación de cuadros del Partido Comunista del Uruguay (Pcu) de los años sesenta, que fue la más sistemática, consistía en “aprender la línea del partido y reproducirla”. Y tiene la hipótesis de que Arocena debe pensar en este modelo, pero justamente para no repetirlo, ya que el FA no podría aunar todas sus corrientes “en un mismo esquema”. El Partido Socialista (PS), aunque no de manera tan estructurada, también contaba con instancias de formación. El Movimiento de Liberación Nacional (Mln) fue en este sentido bastante distinto. Demasi plantea que no había allí demasiada elaboración teórica. Ambos académicos recuerdan su consigna: “Las palabras nos separan, la lucha nos une”. En opinión de Demasi, tal vez el documento más importante, que circuló en la década del 70, fue “Partido o foco, falso dilema”. Marchesi identifica, de todas formas, el giro que tomó la organización por esos años, ya que consideraron “la ausencia de definición ideológica” como una de las causas “de su derrota”.
Para Arocena, el avance tecnológico ha contribuido a reflotar las concepciones de la enseñanza activa, que son, en su opinión, las más ricas. Su planteo es que hoy nadie con formación y acceso a Internet iría a escuchar a alguien sólo para informarse, como podía hacer un militante medio siglo atrás, a quien le valía la pena asistir a “una charla aburrida de dos horas”, debido a la ausencia de otras fuentes de información. En contrapartida, ve que se debe promover la discusión, no sólo la trasmisión, sino la reflexión y el intercambio de ideas: “En esa época hubiese sido mejor que quienes daban la charla organizaran un taller, una discusión, pero en tal caso una charla informativa podía ser buena”.
¿POLÍTICA ERA LA DE ANTES? El actual vínculo de los intelectuales y los académicos con los sectores que hoy conforman el Frente Amplio no es el mismo que durante gran parte del siglo XX, cuando el político solía ser también un intelectual que tenía por lo tanto la capacidad para elaborar nuevas ideas. Vladimir Lenin, Rosa Luxemburgo, en la mirada de Demasi, demuestran que la izquierda surgió con figuras que eran a la vez grandes dirigentes y teóricos. “Se partía de las obras de un doctor en filosofía”, dice refiriéndose a Karl Marx. Ese modelo parece haberse replicado en algunos personajes de la izquierda uruguaya que, como resalta Marchesi, contó con intelectuales que no eran necesariamente académicos, sino dirigentes sindicales como Héctor Rodríguez. El Pcu contó con Rodney Arismendi, un caso extraño para Demasi, dado que sus compañeros de militancia le dieron a su trabajo intelectual una trascendencia mucho mayor que la que se le dio en el exterior, donde obtuvo un mayor reconocimiento el peruano José Carlos Mariátegui, junto a otros clásicos del marxismo. Este historiador resalta también el hecho de que Arismendi se nutría de nuevas lecturas, de modo tal que sus referentes teóricos no siempre eran los mismos. Por su parte, el PS tuvo como fundador a Emilio Frugoni, abogado, escritor, docente y decano de la Facultad de Derecho. Y, más adelante, a alguien a “mitad de camino entre lo intelectual y lo académico”, como define Marchesi a Vivian Trías, que fue profesor de Secundaria. Respecto al Mln, algunos militantes e historiadores coinciden en que la figura de mayor elaboración teórica fue Raúl Sendic.
La dictadura marcó entonces un antes y un después. El hecho de que muchos dirigentes tuvieron que exiliarse o pasar a la clandestinidad dificultó los procesos de formación y la elaboración de nuevas ideas. Demasi considera que la renovación de la generación de Arismendi, Trías, Sendic quedó trunca tras este período.
Pero en el siglo pasado no sólo había políticos intelectuales, sino intelectuales y académicos dispuestos a trabajar de forma orgánica y explícita para un partido. El modo en que debería darse esta relación ha causado discrepancias entre los propios académicos. Hay quienes entienden, como Demasi, que la academia se caracteriza por ser crítica, lo que no suele agradar a los políticos, y por tener una mirada “muy generalista”, que tampoco es la que busca el gobernante que requiere soluciones inmediatas a problemas concretos.
El politólogo contemporáneo Gerhard Wittkämper planteó que es en la década del 60 que en Alemania se concibe la crítica como parte constitutiva de la formación política, que debía tener la “misión dialéctica” de asegurar “la identificación del ciudadano con su Estado, y suscitar, en el mismo ciudadano, una conciencia crítica, una desconfianza viva frente a todos los poderosos”. Mientras tanto, en Uruguay, esa fue una década de particular compromiso. “Había intelectuales que eran orgánicos en el sentido más explícito de la palabra. Estaban afiliados a partidos políticos, pero eso no implicaba que sus agendas académicas y sus intereses no tomaran distancia de la mirada más cortoplacista de su propio partido. Si uno piensa en varios profesores universitarios grado 5 de fines de los sesenta, perfectamente podría decir de qué partidos eran, aparecían en las listas. Creo que hoy eso es más difícil”, dice Marchersi. En el Pcu es muy clara la existencia de estos académicos. La historiadora Lucía Sala de Tourón se proclamaba comunista y trabajaba junto con otros colegas de su misma línea generando material para su partido. Aunque Marchesi y Demasi coinciden en el carácter orgánico de Sala, mientras para el primero ella mantuvo un buen equilibrio entre trabajo para el partido e independencia, para el segundo “en los libros de Lucía y su equipo, encontrás que están buscando la lucha de clases en todos los momentos de la historia del país”.
Aunque Demasi plantea que siempre hubo académicos escépticos ante estos colegas orgánicos, había una mayor aceptación de ese rol. Hoy, en cambio, prima una visión pesimista sobre el intelectual orgánico, al que se ve totalmente sometido a los lineamientos de su partido.
Una de las aspiraciones que tiene Arocena es, justamente, que la futura escuela pueda tender puentes entre la academia y los políticos, así como entre los propios académicos que, por la hiperespecialización, se encuentran trabajando en distintas áreas de forma inconexa. Para el ex rector, ante la abundancia de información y la fragmentación del conocimiento, lo mejor es apostar a la conformación de un “intelectual colectivo”, es decir, a la producción conjunta basada en aquellos conocimientos puntuales de cada uno.
No sin antes aclarar que arriesgaría una opinión polémica, Arocena lanzó: “Ahora que ya tengo bastante edad y me han ofrecido esto que me sobra como desafío, por lo que está claro que no estoy pidiendo un cargo, puedo decir que a mí me hubiera gustado colaborar mucho más. Creo que el FA gobierno ha recurrido poco a la riqueza de gente que podría haber colaborado. En el conocimiento y la educación, que debieran ser unos de los cimientos fundamentales de un proyecto de transformación social, el FA ha tenido muy serias carencias. Entre ellas, el haber recurrido poco a quienes trabajan en esos temas y no haberle dedicado la atención debida”, concluyó Arocena.
LA CAÍDA. Múltiples factores han debilitado la formación, la idea del político y el militante como personas ilustradas y el vínculo entre la academia y la coalición. Pero el enfrentamiento con la historia parece ser la causa principal. Además de lo nociva que fue la dictadura, con la desaparición de la Unión Soviética y la caída del muro de Berlín, se desvaneció el modelo de sociedad al que los diversos sectores del FA aspiraban a llegar. Entonces ya no había un objetivo tan claro. “La discusión típica de mi época no era la sociedad que queríamos construir, eso se daba por supuesto. La discusión era la estrategia”, recuerda Arocena. El desconcierto fue mundial y no influyó sólo en los partidos políticos. Marchesi plantea que en la década del 90 las ciencias sociales sufrieron también un sacudón con el que surgieron nuevas corrientes. “Los marcos teóricos se empezaron a romper, no está claro cuál es el sujeto histórico y el compromiso se empieza a desvanecer, porque no se sabe con quién tenés que comprometerte.” El académico considera necesario que la izquierda recupere no un gran megarrelato, pero sí algunas líneas claras que la guíen, ya que antes ese lugar lo ocupaba la idea de la revolución y, al desaparecer, quedó un vacío. Arocena sostiene que tal vez el error haya sido pensar en términos de megarrelatos y propone en cambio la idea de mesorrelatos, la posibilidad de transformaciones menos ambiciosas pero más factibles. “Hay que traer el socialismo futuro y lejano al aquí y ahora a través de transformaciones parciales pero sustanciales”, enfatiza. “En mi época era muy habitual escuchar una canción que decía ‘el que no cambia todo no cambia nada’. Cambiar todo, eso no existe. Una escuela de formación donde gente joven se reúna para estudiar y discutir cómo hacer mesotransformaciones y cómo exigirle a su partido y a su gobierno que las respalde ¿no valdría la pena?”.
* El título se inspira en una conocida frase de Antonio Gramsci, publicada en L’ordine nuovo (1919).
[notice]Ernesto Agazzi, 76 años, miembro del Movimiento de Liberación Nacional desde 1968
La formación ayer. Yo militaba en la Leandro Gómez, que era la columna de Paysandú. En la década del 60 la formación era más que nada discusión política y lectura de documentos. Los del Mln leíamos los documentos del Mln. Los tupamaros se han caracterizado siempre por los documentos muy cortitos, que decían algunas cosas y dejaban de decir muchas otras. El “Documento 1” era muy breve, lo que no quiere decir que no fuera profundo. Allí pesaban (Julio) Marenales, (Jorge) Manera Lluveras, (Washington) Rodríguez Beletti. Fueron los del pensamiento fundacional, los que fijaron la estrategia. Capaz que el más importante fue Sendic, que siempre pesó pero que escribía dos frases. Diría que en aquellos años primaba la práctica sobre la teoría. La teoría se hacía después interpretando lo que habías hecho, pero primero lo hacías. Nos leímos todos los trabajos de Lenin, de Marx, había inquietud por eso. Pero era individual y de búsqueda, no porque te dijeran que tenías que estudiarlo.
Había una influencia soviética en todos los países, no lo digo despectivamente, en el sentido de que la formación era una cosa que iba de arriba para abajo, las decisiones se tomaban en un lugar central y después todos estaban obligados a cumplirlas. Eso desencadenó discusiones internas o entre partidos que fueron muy ricas. El problema que tenía el Mln era su clandestinidad, entonces nunca conocías a todos los compañeros. Esa lucha por la supervivencia de la organización, en la que siempre hay gente que cae y gente que entra, establece una lógica muy mala para la formación. Algunos de los problemas ideológicos y de concepción que tuvo el Mln se debieron a que fue cambiando la línea.
El material teórico se basaba en una discusión que había en la izquierda latinoamericana, que era sobre las vías de acceso al poder, en qué medida se justificaba la lucha armada. A mi modo de ver eso distorsionó mucho las cosas, porque lo importante es qué hacés después de que estás en el poder y no cómo llegás a él. A los jóvenes del Partido Comunista con los que discutíamos le decíamos: “Nosotros somos los tupamaros, ustedes son los tapamuros”. Despreciábamos el trabajo de masas sin armas. Era una formación en un marco de mucha acción política y poca preocupación por la teoría. También éramos muy jóvenes. Yo lo veo distinto ahora porque soy un hombre maduro y tengo la obligación de haber aprendido algo en la vida.
La formación hoy. El FA tiene que hacer algo adecuado a lo que es: analizar la realidad, estudiar la evolución de la sociedad uruguaya, ver cuáles son los fenómenos sociales importantes y profundizar en el programa. Lo ideológico me parece que tiene que hacerlo cada una de las organizaciones. Es importante para que el militante frenteamplista entienda lo que está haciendo el FA. Hoy me paso recorriendo las coordinadoras, voy al Interior, y hay mucho frenteamplista que está desconforme porque no se hacen algunas cosas que no sabe que se están haciendo. Entonces hay que tener momentos de reflexión sobre lo que se ha hecho.
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Jorge Mazzarovich, 74 años, afiliado a la Unión de la Juventud Comunista en 1961
La formación ayer. En el Partido Comunista y en la Unión de la Juventud Comunista (Ujc) siempre se le dio una gran importancia a la formación política, especialmente después de 1955, tras la declaración programática y la plataforma política del 57. Con posterioridad a estos documentos, a partir del 61, empezó una etapa nueva en la educación del partido que se reflejó en la instalación de las llamadas escuelas vespertinas. Comenzaban a la hora de finalización del trabajo. Funcionaban de lunes a viernes de 19.30 a 22.30 y los sábados de 14 a 22, durante un mes y medio. Pero en ese período salíamos de las tareas partidarias habituales. Yo tuve la alegría de ser uno de los dos designados por la Ujc para la primera escuela vespertina del partido que se instaló en el viejo Seccional Sur. Para mí fue una experiencia inol-vidable porque, entre otras cosas, esa formación política te daba elementos para continuar estudiando y un determinado método para poder abordar otras lecturas.
Este espacio era solamente de formación teórica. La práctica la traíamos nosotros, porque veníamos de distintos lugares de militancia política. El debate era parte de los cursos, podían abarcar desde poco después del Manifiesto comunista de 1848 hasta el momento actual de aquellos años.
Había instructores de filosofía, economía, de la vida del partido, de la lucha por la unidad sindical y política. La Ujc tenía una política de educación propia. Se incorporaban materiales de la historia nacional. Eso era vital, porque las limitaciones cuando habías hecho sólo primaria eran muy grandes, entonces había textos básicos del equipo de historiadores que encabezaba Lucía Sala junto con Julio Rodríguez, Héctor de Latorre y otros historiadores marxistas. Los cursos los integraban también los clásicos del marxismo leninismo así como algunos trabajos de Arismendi que empezaban a despuntar.
Creo que es bueno rescatar que la formación política se extendió aun en las condiciones más difíciles, en la clandestinidad, en el exilio y, también, con las limitaciones que es fácil imaginar, en las cárceles donde estábamos mujeres y hombres presos.
La formación hoy. En el FA hay diferentes opiniones y eso es difícil expresarlo en cursos para todos los frenteamplistas, pero, buscando, los caminos se han encontrado y se volverán a encontrar. Creo también que una escuela de notable potencialidad fueron los comités de base, y no se puede negar que eso está debilitado. Se revitalizarían con una presencia mucho mayor, en los organismos de base, de los dirigentes nacionales que integran el gobierno. Ahora hay un tema que va y viene en los medios de comunicación y en la cabeza de mucha gente: el de las candidaturas. Eso es imprescindible abordarlo, pero antes tenemos que definir el programa. Para eso no hay nada mejor que el debate en lugares donde no se están discutiendo cargos ni candidaturas.
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José Díaz, 86 años, afiliado a la Juventud Socialista en 1949
La formación ayer. Yo ingresé a fines de los años cuarenta a la Juventud Socialista y encontré que había un gran empeño por formarse. En los centros socialistas se hacían cursos. Recuerdo uno que fue muy formativo para mi generación, en el centro socialista Émile Zola, sobre filosofía marxista. Lo dictaba un compañero exiliado argentino de gran nivel, Enrique Broquen. No eran cursos livianos, ese constó de unas 15 clases sobre el materialismo dialéctico. Después estaban los “cursetes” para quienes recién entraban, para los muchachos del movimiento estudiantil o sindical. Nos preocupábamos de que se les explicara la declaración de principios y el estatuto del partido.
Además los compañeros mayores que tenían más libros, sobre todo vinculados al socialismo uruguayo, te los daban y recomendaban otros. No éramos sólo lectores de los clásicos del marxismo, sino de los continuadores críticos, de Rosa Luxemburgo, de (José Carlos) Mariátegui… Yo soy, sobre todo, mariateguista convencido. Estaban también los artículos que se publicaban en el semanario socialista El Sol, tanto los de Emilio Frugoni como los de Vivian Trías. No era sólo formación ideológica sino también cómo se organiza un centro, un núcleo, cómo se actúa en el movimiento social.
Una etapa que podríamos llamar de formación más orgánica fueron los años sesenta. A mí me tocó ser secretario de cultura, y ensayamos cursos con materiales escritos para que la gente que participara en Montevideo y el Interior tuviera un material de lectura. Con el aporte de José Korzeniak armamos un material que imprimimos a mimeógrafo en listas que nos habían sobrado a bochas de la elección del 62.
Mi experiencia como militante es que en general la formación en los partidos no es buena porque tiende a ser un poco dogmática. Y la formación de un militante, de un revolucionario, tiene que ser abierta, plural. Aquella formación tenía un sesgo inconveniente para la formación del hombre libre o nuevo, como decíamos en aquel tiempo.
La formación hoy. La gente entraba y lo que quería era aprender, no venía en busca de cargos. Eso ha debilitado mucho la cultura de nuestra izquierda. Pero me parece que esta respuesta del FA va camino a superar eso. Veo muy bien que en una época de gran chatura en el plano del debate, de la producción ideológica, el FA se haya abocado a esa propuesta formativa. Si ahora aprueba esto, quiere decir que tenía un vacío muy grande.
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