Carmen les repetía una y otra vez a sus compañeras: “No me dejen caer. Por favor, no me dejen caer”. Los minutos se les hacían eternos aquel lunes 6 de marzo.
Hacía varios días que había empezado a sentirse mal. No era estar en la cárcel lo que la molestaba, eran el dolor de cabeza, los mareos, las náuseas. El sábado, cuando uno de sus hijos la fue a visitar, los síntomas habían empeorado. “Tenía toda la boca torcida, hablaba como borracho, se le caían las cosas de las manos”, dijo Anthony, que ronda los 30 y es el mayor.
Sus compañeras cuentan que al principio, cuando un tiempo atrás Carmen había empezado a sentirse mal, en la enfermería del Centro Nacional de Rehabilitación Femenino (Cnr), más conocido como “la cárcel de mujeres”, le diagnosticaron un problema en el hígado. Le dieron cal...
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