Murió John Berger. Fue en París, un lunes, en el frío enero del norte. El año comenzó con este apagón. No hemos leído noticia alguna que aclare las causas del fallecimiento. Damos por sentado que a los 90 años un hombre puede simplemente desvanecerse: un paro cardíaco, una insuficiencia respiratoria, una caída. Una siesta interminable. Los lectores dirán que carece de importancia. Y es cierto. Pero nos resistimos a aceptarlo. Nos resistimos por vanidad y por orgullo, por rabia. Quien haya leído algunos de sus más brillantes ensayos, como “¿Por qué miramos a los animales?” (Mirar), los cuentos de Puerca tierra o los poemas de Páginas de la herida, sentirá la necesidad de conocer los motivos por los cuales se nos ha negado nuevos ensayos, cuentos y poemas. Y no es porque la muerte tenga real...
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