Se ha dado en llamar “narcocultura” a un sinfín de productos masivos producidos con poco disimulo para explotar la popularidad y la fascinación despertadas por líderes narcotraficantes, con cierto énfasis en la violencia y la truculencia de sus acciones, sus fiestas orgiásticas, sus descomunales derroches de dinero y su marcado perfil antiheroico. En México y Colombia las narcoseries son prácticamente una plaga, y muchas voces críticas del fenómeno han llegado incluso a alertar sobre el carácter pernicioso de estas producciones, peligrosamente influyentes en jóvenes de los niveles socioculturales más bajos. Lejos de ser vistos como malos ejemplos, los omnipotentes narcos pueden llegar a ser, para muchos, modelos a seguir. Y lejos de perder su popularidad, la figura de Pablo Escobar parece haberse revitalizado con esta moda: recientemente un sinfín de documentales, series y películas de ficción centran sus relatos en su figura. De entre ellos, los más sonados han sido la serie de Netflix Narcos (sus primeras dos temporadas) y la colombiana El patrón del mal, así como la película Escobar: Paraíso perdido, en la que Benicio del Toro encarna al líder criminal.
Es probable que el público objetivo de esta película1 sean aquellos estadounidenses que no vieron la serie Narcos. Esto explicaría que se pise tanto con aquella, y que los personajes hablen un dialecto que desafía toda lógica y que atenta constantemente contra el realismo de la película. Es difícil entender por qué actores españoles (los protagonistas son nada menos que la pareja de la vida real Javier Bardem y Penélope Cruz) hablan en un inglés con acento colombiano, algo realmente difícil de tragar para el público hispanohablante. Hay que verlo a Bardem intercalando entre sus amenazas en inglés varios “malparíos” y “joputas” para largar una sonora carcajada. La decisión fue bastante desacertada.
La diferencia fundamental en el enfoque se encuentra en que la película está basada en el libro Amando a Pablo, odiando a Escobar, de la periodista colombiana Virginia Vallejo, quien fue amante de Escobar desde 1983 hasta 1987, antes de convertirse en colaboradora de agencias antidrogas y de la justicia colombiana. Pero la perspectiva de la periodista se pierde en reiteradas ocasiones, recreándose varios de los más espectaculares “hitos” de la historia de Escobar. Grandes despliegues de drones proveen notables panorámicas de los asentamientos colombianos, sicarios captados desde picados cenitales, persecuciones con todo tipo de vehículos (incluyendo un muy vistoso aterrizaje de un avión repleto de cocaína en una carretera de Estados Unidos). Así, la película parece priorizar este perfil de gran espectáculo en el que tampoco se ahorran crudos despliegues de violencia gráfica. Quizá la escena mejor lograda sea aquella en que la periodista intenta empeñar sus joyas en una tienda y varios sicarios intentan dar con ella, buscando insistentemente destruir el vidrio de seguridad de la entrada.
Y el dato más curioso es que el director haya sido el español Fernando León de Aranoa, autor de películas como Barrio, Los lunes al sol o Princesas y creador de grandes momentos del cine social europeo reciente. Aquí parece plenamente volcado a un cine por encargo que, también debe decirse, fue logrado con precisión artesanal. Y es que, desde la perspectiva estricta del espectáculo, la película funciona de maravillas: una historia contada con ritmo notable, que mantiene el interés y que ofrece un puñado de escenas memorables. Como pasatiempo, Pablo Escobar: La traición cumple su función perfectamente. Y es probable que no aspirara a mucho más.
- Loving Pablo. Fernando León de Aranoa, España/Bulgaria, 2017.