En tiempos en que nadie sueña con ser original, el diseñador gráfico y editor de poesía Gustavo “Maca” Wojciechowski festeja 40 años de creación de piezas únicas. La muestra “Tapas” (1979‑2019) reúne carátulas que diseñó para discos, libros y revistas.1
—¿A qué responde esta muestra?
—Hace años hice una de afiches en la Fundación Unión. Esta está dedicada exclusivamente a tapas de libros, discos y revistas, recoge 40 años de trabajo, de 1979 a hoy, y registra los cambios tecnológicos que acompañaron al diseño desde el siglo XX.
—Me refería a qué motivación te condujo a montarla y cómo accediste a exhibirla en el Museo Nacional de Artes Visuales.
—Bueno, su intención es celebrar las cuatro décadas de trabajo que mencioné y es la tercera muestra de diseño gráfico que aloja el Mnav, en su bienvenida política de puertas abiertas a manifestaciones artísticas no tradicionales, como la arquitectura, la ilustración y el diseño. Las muestras de diseño gráfico anteriores correspondieron a Antonio Pezzino y Horacio Añón, ambas con la curaduría de Rodolfo Fuentes.
—Venís de la época del armado en frío, recuerda la gacetilla de prensa. ¿Podés explicar brevemente en qué consistía ese procedimiento?
—La tipografía para los títulos se confeccionaba con letras transferibles que venían en planchas transparentes, con adhesivo en el dorso de cada letra. Se apoyaba la plancha sobre el papel y se frotaban una a una para adherirlas. Los dibujos se hacían todos a mano. Las máquinas componedoras sacaban tiras o galeras de textos que luego se recortaban y pegaban. Todo esto iba a fotomecánica, donde se hacía una película, y esa película se transformaba en la chapa que recibía la impresora. La separación de colores, por ejemplo, se hacía en una mesa de transparencias en la que se superponía un original a otro para dibujar la segunda tinta sobre la primera y obtener un tercer color, que tenías que imaginar, porque no podías verlo hasta que estaba impreso.
—Las tecnologías vinieron a poner de cabeza metodologías e instrumental de artes, como el dibujo, el diseño y la plástica. ¿Perdieron o ganaron con el cambio?
—Al desarrollo tecnológico hay que sumarle el surgimiento de las escuelas de diseño, que cuando comencé a trabajar no existían. Ese también fue un cambio profundo, que he podido verificar a lo largo de mis veinte o veintidós años de docencia de diseño gráfico en la universidad Ort. En la columna de modificaciones positivas anoto el abaratamiento de los costos, sobre todo en el sistema de impresiones –antes, imprimir a cuatro tintas costaba una fortuna; hoy es un hábito–, y la simplificación de la tarea. En la columna negativa anoto una estandarización que afecta no sólo el diseño gráfico, sino también otras disciplinas artísticas. Estoy compartiendo una sensación, no erigiéndome en juez. Es obvio que genios siempre aparecen, en todas las épocas y los quehaceres humanos. Más allá de estos avatares, la esencia del diseño permanece incambiada desde el siglo pasado y apunta a generar una imagen representativa y pertinente de una obra que, además, persuada a sus receptores. Volviendo a las tecnologías, sigo dibujando a mano, porque me gustan el sonido que hace el grafo al frotar el papel y el olor a tinta, aunque conozca a estudiantes que dibujan estupendamente bien en sus ordenadores.
—En tanto reconocido editor de poesía y poeta, ¿cómo compaginás el talento para manejar un lenguaje que se acerca al publicitario en su afán por seducir y el poético, que huye de cualquier objetivo?
—Ambos se articulan naturalmente, sin conflictos. Un poema busca un lector ideal y le habla a un otro para persuadirlo, convencerlo o comunicarle algo. Lo primero a la hora de diseñar un libro de cualquier género es encontrar su materialidad, qué papel, tipografía, formato y tapa le caben, y luego su identidad, qué es, quién es. Ahí está el factor pertinencia. La imagen, luego, y de acuerdo con los códigos planteados por el texto, será sutil o evidente; no es lo mismo diseñar una carátula para César Vallejo que para Vicente Huidobro. Y esto está vinculado con la persuasión porque no hay peor publicidad que la engañosa, la que vende algo que en realidad no ofrece. Un buen diseño muestra lo que realmente está allí.
—Cuando observás en panorámica las tapas que fuiste creando, ¿descubrís hilos conductores, temas recurrentes?
—Claramente hay zonas que retomo, énfasis en el trabajo tipográfico y dibujos lineales junto con collages. Pero, más allá de estos recursos gráficos, lo que creo que caracteriza a cada trabajo es el esfuerzo por eludir lo obvio. Si el libro se llama “Pájaros”, no dibujo pájaros en la carátula; con un cielo o la copa de un árbol alcanza.
—Hablabas de una estandarización en el mundo de las artes. ¿Cómo te ingeniaste para eludirla?
—Supongo que el hecho de haber sido fiel a mí mismo me ayudó a escapar de modas, tendencias y demás. La fórmula de la creación pasa por esta fidelidad y, sin embargo, veo que para muchos artistas jóvenes el concepto de originalidad no representa un valor en sí mismo; cuando les comentan que están creando igual que fulano o zutano permanecen impasibles. El concepto de originalidad, para mi generación, era una bandera; sigue siéndolo para mí.
—¿Por qué te dicen Maca?
—Es el apócope de “macachín”. Estábamos de rabona con unos compañeros de liceo, pasó un camionero y me gritó: “¡Macachín!”, supongo que en honor a mi blanca y escuálida anatomía.
- Gustavo Wojciechowski Tapas (1979‑2019), exposición que reúne carátulas de libros, discos y revistas que el autor diseñó durante 40 años; será inaugurada el jueves 14 de noviembre de 2019, a las 19.00, en el Museo Nacional de Artes Visuales. Gustavo Rodolfo Wojciechowski Quaradeghini nació el 16 de abril de 1956 en Montevideo.