La escasa presencia de mujeres en las disciplinas científicas y en las ingenierías no es novedad. Este hecho suele atribuirse a varios factores relacionados con la estructura de nuestra sociedad, como ser los estereotipos de género que se nos inculcan desde pequeñas. También, a veces se menciona que el problema se retroalimenta: la poca presencia de mujeres nos puede desmotivar e inducir a elegir otra carrera más asociada al concepto cultural de lo femenino. Por supuesto que no es mi intención negar ninguna de estas causas, pero mi experiencia directa con el mundo académico en las facultades de Ingeniería y Ciencias me permitió observar que el principal problema hoy en día no es la inserción: es la permanencia.
Para que mis reflexiones y mi testimonio no queden como algo meramente anecdótico, antes de explayarme sobre ese punto citaré algunas cifras oficiales. Según un informe realizado por la Agencia Nacional de Investigación e Innovación en 2015, el porcentaje de mujeres en el Sistema Nacional de Investigadores en cargos de iniciación es de 55 por ciento, en el nivel 1 desciende a 48 por ciento, en el nivel 2 baja a 34 por ciento, hasta llegar a un pobre 14 por ciento en el nivel 3. Cifras similares se encuentran al observar sólo las ciencias duras, y también en los censos más recientes realizados por el Instituto Nacional de Estadística sobre el porcentaje de mujeres en los distintos grados docentes, así como de su tasa de egreso de, sobre todo, maestrías o doctorados.
En el ámbito que queremos analizar, y sin realizar un análisis muy exhaustivo, se encuentran en seguida al menos tres factores explicativos:
— En el pasado menos mujeres elegían carreras científicas, lo que puede dar lugar a que tengan poca representación en cargos que suelen implicar una larga trayectoria académica.
— La falta de dedicación (no olvidemos a quién le toca el trabajo reproductivo y de cuidados familiares) y/o de talento (¿por qué no?) puede suponer estancamiento en posiciones de baja jerarquía.
— La deserción.
Como ya mencioné, es en esta última causa que me interesa profundizar. ¿Por qué quedan estudiantes por el camino? ¿Por qué nuestras científicas nos abandonan? ¿Qué es lo que se opone a nuestra permanencia en el área de las ciencias duras?
No puedo dar cifras ni dimensionar la gravedad de la situación, pero intentaré transmitir lo que vive una en carne propia. Y digo bien “una” porque somos nosotras, las mujeres, las que no somos bienvenidas y terminamos quedando fuera. Que alguna no se vea vulnerada por el clima de hostilidad hacia nuestro género o que otra pueda soportar haber sido acosada sin que esto acarree consecuencias negativas en su desarrollo académico y/o profesional sólo muestra que no es correcto universalizar una generalidad. Aun así, sigue siendo el caso general.
Entonces, ¿en qué consiste el mecanismo que nos deja fuera de las ciencias duras? Ni bien comenzamos una carrera en las Tic, deberemos tolerar que algún compañero –o incluso profesor(a); de estos ejemplos hay registro en la plataforma educativa Openfing– haga comentarios ofensivos o, al menos, inapropiados sobre nuestra condición de mujeres. Las frases suelen sugerir implícita (“ustedes, las que cocinan”, “ustedes, las que limpian”, “ustedes, las histéricas”, siempre “ustedes”, siempre “el otro”, como ya dijo Simone de Beauvoir) o explícitamente (“bastante buena en esto para ser mujer”, “son pocas porque no les gusta”, “son pocas porque les cuesta”) que estamos ocupando un lugar que no nos corresponde.
¿Parece poca cosa? Sí, lo es, y por supuesto no se olviden de que #NotAllMen. Sin embargo, esto existe, nos ocurre sólo a nosotras y es la primera barrera que separa el universo Udelar que transitan ellos del que transitamos nosotras.
A estos casos les siguen los ejemplos disuasivos. ¿Qué pasa con las mujeres que lograron hacerse un lugar en ese espacio que históricamente fue dominado por ellos? A esas mujeres, casi sin excepción, se las difama, ya sea minimizando sus logros, juzgando negativamente su temperamento, minusvalorando su intelecto o poniendo en tela de juicio su actividad sexual. Es evidente que una estudiante al ver que compañeros o colegas hablan mal de sus superiores jerárquicas femeninas, con total impunidad, de forma pública, recibe un mensaje. Es decir, su cerebro va a procesar esta evidencia de alguna manera. Sin mencionar a quienes son el blanco de estos rumores, que, además de la desesperanza por la naturalidad con que se dan estas situaciones, deberán cargar con la angustia y el estrés de estar siendo hostigadas.
LA MÁXIMA EXPRESIÓN. El hecho de verse a sí misma –o a sus pares– despreciada suele tener un fuerte impacto en la autoestima, y a su vez la baja autoestima está relacionada con un bajo rendimiento académico. Por otro lado, la violencia trasmitida por este microclima ya genera que nuestra socialización con el entorno se dé en una situación de desventaja; la máxima expresión de esta desventaja es el acoso sexual por parte de superiores: ser acosada sexualmente por un científico de mayor jerarquía se traduce sistemáticamente en un posible tutor o coautor menos, sin mencionar las represalias que el señor podría tomar sobre la víctima.
Y, finalmente, están los casos de abuso sexual, que tienen una ocurrencia mayor que la que cualquiera diría y pueden hacer del ambiente de trabajo y estudio un infierno absoluto. Poco a poco, a medida que aparecen los síntomas psicológicos y fisiológicos, todos se transforman en potenciales amenazas, la hostilidad se resiente con mayor intensidad y una se encuentra más sola que nunca.
¿En qué me baso para decir todo esto? No me cabría en esta nota una descripción de todo lo que pude presenciar o escuchar, y no podría hacerlo sin escupir todo lo que me genera. En particular, hace poco, en un arranque de valor y sororidad, nos juntamos a conversar sobre estos temas con estudiantes mujeres de matemática y de ingeniería, y descubrimos con asombro y tristeza la frecuencia y la recurrencia de los casos de abuso sexual. Hay más de uno que lo hace, y los que lo hacen lo hacen con más de una. El clima de complicidad e impunidad se lo permite, mientras que a las víctimas las deja aisladas, intentando procesar las emociones, el trauma, el miedo, la soledad en la que se vive, el asco y odio hacia una misma que puede generar. Una deja de valorarse, su cuerpo y sus acciones responden a eso, y los otros pasan a dejar de valorarla. (O tal vez ya quedó claro que de antemano no la valoraban.) Y si el abuso sexual viene acompañado de abuso de poder, suele traer de postre acoso laboral por parte de la comunidad.
No digo que en todos los casos las distintas problemáticas estén relacionadas. A veces lo están, a veces no. Hay casos que son exclusivamente de abuso sexual, otros solamente de acoso laboral o de abuso de poder, y otros de discriminación. Pero muchas veces confluyen y se retroalimentan entre sí y, de todos modos, la ocurrencia de todos en paralelo es lo que configura el entorno de hostilidad que sienta las bases para que casos de violencia más graves generen menos ruido que el que deberían.
Toleramos mucha cosa aparentemente insignificante, el límite entre lo que sí y lo que no es difuso, y termina pasando lo que pasa. Nuestras compañeras (me consta de unas cuantas) son violentadas, abusadas y se terminan yendo, transitoria o definitivamente, cambian de área de investigación, de carrera o de país, pero se van. O no, no se van, huyen. Huyen de un entorno que desacredita y descree de su palabra, que cuestiona su accionar y su reaccionar, que no sabe detectar las diversas manifestaciones y secuelas del daño y mucho menos tomar las medidas correspondientes. De un sistema que ante casos divulgados no actúa con la determinación que debería para garantizar la seguridad e integridad de la víctima, escondiéndose bajo el escudo de “no es la forma” o “no es este el protocolo”.
Por suerte, poco a poco esto está cambiando, hay mucha voluntad. Muchas mujeres nos animamos a hablar entre nosotras y eso nos ayuda a sanar. La gente empieza a entender que hay un problema, a empatizar y querer hacer algo al respecto. A los y las que están en esta sintonía les quiero mandar un abrazo enorme de gratitud, y a los demás, invitarlos a la reflexión y a analizar desde una postura crítica todas las conductas que aceptan, imitan y reproducen, para entender por qué esta dinámica se perpetúa, y relacionarlo con que, mientras que una resulta perjudicada, otro resulta beneficiado. En todo caso, mirar más allá de sí mismo, entender el panorama completo y preguntarse si es esta la Universidad que queremos.
*Docente grado 1 en la Facultad de Ingeniería (Udelar).