En política nunca se
sabe lo que va a pasar, por dos motivos. Primero: la vida social es
inherentemente incierta. Se pueden desplomar los precios de los productos de
exportación o un sistema aparentemente legítimo puede explotar en mil pedazos.
Segundo: buena parte de la virtud política consiste en mostrar y ocultar, en
agrandar artificialmente la incertidumbre de los adversarios y, al mismo
tiempo, en escudriñar, tratar de entender qué es lo que esos adversarios
quieren y cómo planean hacerlo para impedírselo. Nuestra comprensión, entonces,
está mediada por la disputa.
La primera de estas incertidumbres se mitiga con teoría. No se sabe
cuándo van a caer los precios, pero sí que tarde o temprano caen y que quienes
dependen de estos van a estar en problemas. No sabemos cuándo sucederá un
es...
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