El domingo pasado, mientras que dos periodistas, como muñecos de torta, daban las buenas noches a las familias argentinas y presentaban un video explicativo sobre la metodología inobjetable y transparente del debate presidencial, en las calles de La Plata, activistas travestis se abrían paso entre la multitud para alcanzar una de las columnas principales. Y encabezarla.
Durante los 45 segundos en que los candidatos opinaban sobre aborto legal, igualdad, derechos humanos y diversidad, una serpiente de colores atravesaba una ciudad tomada durante tres días por medio millón de mujeres, lesbianas, travestis, trans, no binaries, estudiantes, sindicalistas, militantes partidarias y de organizaciones sociales, afros y originarias, migrantes, personas sueltas y grupos de amigues.
Mientras se cerraba el encuentro feminista más grande de la historia de Argentina, seis señores dirimían el futuro del país en el debate presidencial televisado. Los podios y los trajes, los ejes temáticos y los golpes de efecto contrastaban hasta el paroxismo con el desborde, la espontaneidad y los cantos, la desobediencia y las internas, y las performances posporno sobre un asfalto húmedo y frío, provocador y caliente.
Si no fuera por la mención que hizo el candidato de izquierda Nicolás del Caño de lo que pasaba en La Plata y su puño en alto con el pañuelo verde; el reconocimiento de Alberto Fernández al “colectivo feminista” y su anuncio de un futuro Ministerio de la Mujer y la Diversidad; la mención de Macri de los femicidios y el ensañamiento de Juan José Gómez Centurión con la “ideología de género” (que sumaron, en total, unos tres minutos de tiempo de aire), podría pensarse que se vive en dos países distintos. En Argentina pasa mucho. Pero esta vez no se trató de la representación mediática, sino de que, en efecto, se estaban dando dos formas de hacer política tan disímiles que, después de verlas en paralelo –seguir el debate en las redes durante la marcha, seguir la marcha en las redes mirando el debate–, muchas personas quedamos en estado de pregunta.
Porque sí, ya sabemos, lo del debate es una pantomima cronometrada, discursos que parecen mensajes de campaña grabados, un gastadero de plata para parecer del primer mundo. Un mamarracho. Pero que ese teatro de la democracia se diera justo en el momento de la marcha que cerró tres días de debates reales dejó pensando. Hay algo que no está funcionando. Porque, aunque junto con Alberto Fernández esté Cristina y la jovencísima feminista Ofelia Fernández sea candidata a diputada, y aunque Del Caño tenga como compañera a Myriam Bregman, el domingo en horario central quienes le hablaban al pueblo argentino eran seis tipos. Y seis varones muy varones, representantes, con sus variantes ideológicas, de una tradición cis‑hetero‑patriarcal, todo eso que estaba siendo dinamitado en mil pedazos en La Plata. El derrame no derrama.
EL VERDADERO DEBATE. El Encuentro 34 fue no sólo el más grande de la historia de Argentina, sino también uno muy complejo, denso en cuanto a discusiones internas. Para empezar, el nombre. Hace años que las identidades no hegemónicas, como las travestis y trans, las lesbianas, las no binarias, las intersex –este año estas últimas tuvieron su primer taller–, están pidiendo pista, no sólo para participar: exigen ser nombradas. Con razón, y en un momento en que la propia categoría de género está siendo puesta en discusión permanente, quedar ocultxs bajo la categoría “mujer” es no sólo una injusticia, sino también un anacronismo.
Además, el año pasado se propuso que el Encuentro fuera llamado “plurinacional”. El de este año coincidió con la permanencia pacífica de mujeres indígenas en la puerta del Ministerio del Interior para reclamar por la usurpación de sus territorios. Pero la comisión organizadora, muy anclada en la tradición y el biologicisimo, no dio el brazo a torcer y entonces hubo quienes hablaron de Encuentro Nacional de Mujeres y quienes hablamos de Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Bisexuales, Travestis, Trans, No Binaries e Intersex. Mientras no podamos llamarle “feminista”, y ese feminismo no abrace a todas las personas golpeadas por la desigualdad sexista, habrá que seguir alargando la lista.
La pelea por el nombre fue mucho más que eso y se tradujo, entre otras cosas, en un Encuentro marcado por la diversidad contestataria: el Encontrolazo. Pero también en la participación masiva en los talleres de bisexualidades, pansexualidades y polisexualidades. El cuestionamiento a la heterosexualidad obligatoria atravesó el Encuentro, así como las preguntas acerca de las formas de relacionarnos. ¿Qué hacemos con el mandato de la monogamia? ¿Es el poliamor una salida o una treta capitalista? ¿El deseo como única guía puede ser una trampa? La mayoría eran chiques sub 25, quienes, en lenguaje inclusivo, compartían en los talleres sus experiencias, dolores y frustraciones. Porque también son tiempos confusos.
Históricamente, los encuentros de mujeres han sido espacios de catarsis y teje político. Muchísimas pudieron zafar de relaciones violentas gracias a estas reuniones feministas. Y así lo contaban las mayores. Las menores hablan de amor propio y de escaparle a “lo tóxico”. Pero, otra vez, ¿es posible huirle al dolor en las relaciones humanas? ¿Qué es exactamente algo tóxico? Y así, mientras que en La Plata se hacía filosofía en modo práctico –o sea, política–, en la tele tres candidatos seguían refiriéndose a los derechos humanos como un curro en un contexto social de extrema pobreza –y feminización de la pobreza–, en el que un candidato militarista como Juan José Gómez Centurión es posible.
Un par de días después, cuando la espuma del Encuentro no terminaba de bajar, Macri comparaba el populismo con “ceder la administración de tu casa a tu mujer y que, en vez de pagar las cuentas, utilice la tarjeta de crédito hasta que un día te vienen a hipotecar la casa”. No creo que haya sido un exabrupto. Sus palabras y posteriores disculpas son golpes de efecto en plena campaña. Alguna encuesta le debe haber dicho que con cada movimiento y contramovimiento se ganaba unos votos.
No tengo demasiadas respuestas para estos contrastes. Sólo que son tan evidentes que no pueden ser casuales. Ya no se puede tapar el feminismo con un dedo y la clase política lo sabe. Es la única explicación para que al medio millón de feministas en las calles se les siga contestando con seis tipos parados en banquitos.