Durante el siglo XVIII, el imperio danés constituía un territorio mucho mayor que la superficie de la actual Dinamarca, incluyendo las tierras de Holstein, hoy al norte de Alemania, más otros de los demás países nórdicos. Federico V, rey de Dinamarca, alentó a los granjeros y colonos a establecerse en áreas rurales menos pobladas o en tierras agrestes para expandir la agricultura y el cultivo; la creación de nuevos asentamientos significaba la obtención de mayores ingresos fiscales para la monarquía. Esta película es una adaptación del best seller El capitán y Ann Bárbara, de Ida Jessen, el cual se inspira libremente en la historia real de Ludvig von Kahlen, capitán danés retirado y convertido en agricultor. Aquí, este personaje es presentado como un individuo ambicioso, implacable y brutal en su obstinación por «domar» el brezal, un extenso páramo con suelos yermos y ácidos en los cuales, hasta el momento, era imposible cosechar algo. Para sus fines, Von Kahlen no duda en acceder a su territorio a balazos, en explotar mano de obra –a cambio de casi nada– y en hacerse odiar por sus allegados, quienes lo ven como un hombre huraño e inflexible.
La narrativa es lineal y clásica, con aires de western y de drama histórico; un cine de exteriores amplios en el cual los personajes se pierden en paisajes descomunales. La película colinda también con el cine de supervivencia, y se presenta como una auténtica cruzada contra los elementos en terrenos hostiles. Pero, luego de instalarse en la Jutlandia, el protagonista adquiere un adversario en Frederik Schinkel, un despiadado terrateniente. El conflicto es llevado a otro nivel, y el factor humano se vuelve un obstáculo mucho peor que el de la propia naturaleza.
Las actuaciones son sobresalientes, y el irritable Schinkel es un auténtico villano deleznable, un aristócrata malcriado y empecinado en imponer su autoridad a fuerza de violaciones y torturas. Así, la tensión impuesta por el antagonista redondea el clasicismo de la propuesta y aporta a la narración un empuje inclaudicable: el espectador espera el ajusticiamiento con su correspondiente catarsis. Si bien las similitudes históricas son escasas –la mayoría de los personajes fueron creados en la novela–, es cierto que tanto Von Kahlen como Schinkel existieron, y que este último tenía un perfil psicopático.
El director Nikolaj Arcel impone una épica intensa y entretenida, con algún exabrupto de violencia que lo acerca al subgénero del rape and revenge. Pero el desenlace escapa de lo previsible, ya que la trama da un giro que la distancia de las historias de alabanza al emprendedurismo y al individualismo triunfalista, con sus grandes dosis de sacrificio y una merecida recompensa final –la celebrada Minari es un ejemplo reciente de ello–. Aquí el protagonista cambia, dimensiona el valor de sus seres queridos y, al mismo tiempo, logra vislumbrar cómo ha obrado como una pieza más de un ajedrez nefasto, que apuntala un sistema injusto y sangriento.