Las reuniones de Navidad parecen el marco perfecto para desarrollar escenas de comedia donde afloran las vetas patéticas de la familia que todos quieren esconder. El inglés Alan Ayckbourn explota esa posibilidad en este texto, en el que reúne a tres parejas de clase media que se encuentran para celebrar la Nochebuena a lo largo de los años, mientras se empeñan en mantener forzadas apariencias que pronto se desmoronan. El director Jorge Denevi (con vasta experiencia en dirección de comedia y quien ya ha dirigido varios textos del inglés, como Las conquistas de Norman en el teatro El Galpón) construye, desde una composición plástica plena y poniendo el ojo en el histrionismo actoral, una pieza de ritmo perfecto.
Con una imponente construcción escenográfica a cargo de los talentosos Laura Leifert y Sebastián Marrero (recordemos su reciente creación para Bakunin sauna), las fachadas son el primer elemento que confronta al público. Las tres escenas se desarrollan en el espacio de la cocina, lugar paralelo y alterno a la fiesta que se desarrolla en el líving de los hogares. Las cocinas hablan y dicen mucho: evidencian tanto las diferencias sociales de estas parejas de amigos-socios como las consecuencias del paso del tiempo. Pero su connotación más fuerte es la de funcionar como un aparente fuera de escena, de backstage, donde afloran los secretos y se dan las conversaciones ocultas. Esa estrategia textual es el fuerte para desarrollar las escenas de humor que logran su punto más alto en la escena central, que se instala con verdadero desparpajo. El elenco responde con soltura a la propuesta de dicción remarcada para señalar lo absurdo de los personajes. Leandro Núñez y Stefanie Neukirch representan a la pareja joven y pujante, en quien nadie confía, pero con un futuro prometedor; Juan Antonio Saraví y Andrea Davidovics componen a una pareja de banqueros con apariencia acomodada pero en notoria decadencia, y Roxana Blanco y Fernando Dianesi crean una dupla de personajes contradictorios, profesionales atravesados por la enfermedad. En cada encuentro buscado, pero evidentemente forzado, los diálogos rondan sobre la necesidad de una aceptación social y de formar parte de una clase en la que el éxito va de la mano con la abundancia económica y el reconocimiento del otro. Ayckbourn trabaja sobre los costados políticamente incorrectos de sus personajes y teje, desde sus fragilidades, las situaciones de humor. Así, Neukirch delinea el costado obsesivo compulsivo de su personaje aparentemente perfecto mientras Davidovics recrea a un personaje alcohólico, consumido por su enfermedad, que no encaja en la lógica familiar. Blanco, por su parte, transita por los altibajos bipolares de su personaje, tal vez el más contradictorio desde su aparente vulnerabilidad. El resultado es una interesante crítica a una clase social que se empeña en aferrarse a su condición y al qué dirán. Nuevamente Denevi despliega su talento como solvente y reconocido director de comedia.