La historia de una mujer que, al cabo de varias décadas de ceguera, recuperó la visión después de una cirugía empujó al irlandés Brian Friel a escribir esta obra, acerca de las contradictorias sensaciones que puede tener una persona cuando comienza a ver el mundo que la rodea. Apoyándose en el estudio de un caso real recopilado por el neurólogo inglés Oliver Sacks, Friel concentró todo el asunto en tres únicos personajes fundamentales: la paciente, su marido y el cirujano que llevó a cabo la operación. Los comentarios del médico acerca del antes y el después, el no siempre bien encaminado apoyo de un cónyuge que, de buenas a primeras, no puede entender las reacciones de quien tiene a su lado y las imprevistas conclusiones que la misma mujer desgrana se superponen frente al espectador, que observa y escucha.
Es probable que algún juicio apresurado incline a la platea a pensar que el hecho de adquirir o recuperar la visión de un momento a otro le abre al paciente las puertas de un mundo absolutamente maravilloso, al cual se habituará, poco a poco, sin mayores dificultades. Un gran mérito del texto es, sin embargo, el de sugerir –y advertir– que quien abre ahora los ojos va a descubrir, al mismo tiempo, las diferencias entre lo que ahora ve y lo que antes –¿tan sólo?– percibía. Porque los otros sentidos para quienes no ven adquieren rasgos mucho más definidos, plantean otro tipo de relación perceptiva con la realidad. El cruce de lo que piensan, sienten y sostienen los integrantes del terceto en cuestión da espacio a un provocativo desarrollo que impulsa a comprender mejor a los semejantes, cuyas diferencias, a menudo, no lucen demasiado evidentes. A todo eso apuntan Friel y Jorge Denevi, responsable de esta puesta en escena.
La labor del director puede apreciarse no sólo en la fuerza que caracteriza el decir de los personajes, sino también en la relación que establecen sus miradas, sus gestos y sus movimientos. La controlada figura del médico, que interpreta Ricardo Beiro, el nervioso aporte del marido, a cargo de Rogelio Gracia, y el riquísimo trabajo de composición de Leticia Scottini como la paciente se suman a los logros del texto y la dirección para armar un espectáculo tan inspirador como apasionante.