La directora austríaca suele ofrecer una mirada fresca y creativa sobre temas como las relaciones de poder en las instituciones sociales, la alienación de los trabajadores y la utilización mística de la fe como salida bizarra para el estupor cotidiano. Sus trabajos están signados por una estética muy cool, andrógina, minimalista y refinada y su calculadísima excentricidad, aunque un poco pasada de obsesiva, suele derivar en secuencias realmente incómodas para el espectador. En este caso, quizás el mejor ejemplo sea el de la escena de la adolescente que se come su propio vómito, un motivo dramático tan asqueroso como efectivo para sintetizar la mirada de Hausner sobre la generación Z (en el sereno marco del progresismo europeo, por supuesto).
En un colegio de élite de alguna ciudad no identificada, el alumnado adolescente recibe a Miss Novak (una Mia Wasikowska estereotipada y llena de tics), experta en alimentación consciente. Ella está allí porque la directora, interpretada por Sidse Babett Knudsen (sí, la de Borgen, esa tremenda actriz), quiere brindar a los estudiantes el conocimiento de las últimas tendencias en torno a lo higiénico y lo saludable. Así, los expondrá a una demente que les lavará el cerebro con porquería anticientífica hasta sumergirlos en una especie de secta en la que, para poder entrar, el requisito es dejar de comer. La cosa termina en un pasaje ritual a un paraíso burgués de ascetismo comunitario que incluye la desaparición y la muerte de los gurises, aunque el cuadro final es de un cinismo tal que no admite dramatismo alguno. Termine el pop, señora, digiera la tranquila violencia y levántese de la butaca. Eso sí, después de haberse bancado el elegante vómito austríaco.
Es que todo el planteo es muy copado, pero hay algo en tan extrema ambigüedad que debería resultar interpelante, pero termina agotando la posible potencia del discurso. ¿De qué se trata todo esto, muchacha? ¿Es una sátira de los cánones de belleza? ¿Una película de terror, de ciencia ficción? ¿Una denuncia de las prácticas sectarias en torno a la modificación corporal? ¿Un acertado espejo de la incomunicación entre generaciones? No sabe, no contesta. Lo cierto es que la invitación a especular parece infinita y ese absurdo de asignificación termina resultando un poco aburrido. Todos tan blancos, tan deliberadamente neutros. ¿Será que sin la terrajada latina el grotesco sajón se nos vuelve un poquito insulso? Muchas preguntas, lector, frente a una cinta en la que cada encuadre admitiría convertirse en un cuadro de arte minimalista, con toques vintage, claro. Muchas preguntas sin respuesta, bastante teatro, cuerpos bellos, todo muy interesante, cero vitalidad. Poca comida, eso.