La semana pasada hubo en París una cumbre cuyo impulsor, el anfitrión Emmanuel Macron, presentó como el puntapié inicial de «un nuevo pacto financiero mundial para encarar el problema del cambio climático». Se la llamó «cumbre Norte-Sur sobre el clima» y estuvo rodeada, según las crónicas, de la solemnidad y la grandilocuencia propias de los grandes acontecimientos. Afecto a presentarse como adalid del diálogo Norte-Sur y como promotor de una «arquitectura financiera más justa», el presidente francés se esmeró para que en su cita estuvieran presentes gobernantes de algunos de los países más afectados por el cambio climático: los africanos, los insulares de Asia y del Caribe, los latinoamericanos. Asoció a la preparación a la primera ministra de Barbados, Mia Mottley, una laborista que se h...
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