Todo empezó el 2 de mayo. Ese viernes se estrenaba El padre de Gardel, un documental uruguayo de Ricardo Casas, que había sido visto en el Festival de Punta del Este y en alguna función privada en Montevideo. Había dos opiniones: la de los críticos y el público que lo había visto, y la de los distribuidores del circuito comercial que no creían en un documental donde para peor casi ni aparecía Gardel. Triunfó, claro, el criterio comercial y la película salió en dos salas en el único horario de las 5 de la tarde. Pasó lo previsible: el enojo del autor y de los críticos (algunos hasta se animaron a decirlo en sus medios de prensa), la única función durante tres días agotó las localidades, hubo espectadores que quedaron fuera y se quejaron, el mamarracho tomó estado público en programas radial...
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