Ernesto había sido enviado desde Chile hasta Buenos Aires, donde fue recogido por su abuelo polaco, Enrique Lejderman, y su abuela ucraniana, Elisa Konujowska. “¿Y mis papás dónde están?”, preguntaba el niño. “El papá y la mamá –dijeron los abuelos– murieron en un accidente.” Como aquello no lo convenció, durante mucho tiempo Ernesto se pasó revolviendo los muebles en busca de otra respuesta. Cajones de armarios, estanterías de roperos, viejos escritorios y máquinas de coser fueron asaltados por la curiosidad del pequeño y desobediente Ernesto.La duda lo persiguió, no lo dejó en paz. El niño le insistió a su abuela e incordió a su abuelo. “Ernesto: murieron en un accidente de auto”, le repitieron ambos. Pero no hubo caso. El pequeño fue creciendo y convirtiéndose en un hombrecito, mientra...
Artículo para suscriptores
Hacé posible el periodismo en el que confiás.
Suscribiéndote a Brecha estás apoyando a un medio cooperativo, independiente y con compromiso social
Para continuar leyendo este artículo tenés que ser suscriptor de Brecha.
¿Ya sos suscriptor? Logueate