El viernes 9 de octubre de 2013, a las diez de la noche, Brasil se paralizó. A una hora en la que la gente sale a pasear o cenar, hace deporte o vuelve a su casa después del trabajo, las grandes ciudades lucían desiertas. Como ante la inminente llegada de una invasión de zombis tropicales, prácticamente no se veía a nadie caminando por las veredas ni autos circulando por las calles, y las pocas personas que andaban lo hacían con el paso nervioso de los que saben que el tiempo apremia. Salvo los bares y restaurantes con pantalla gigante, muchos de los cuales ofrecían un menú especial para el evento, los negocios estaban vacíos o directamente cerrados. Y era fácil ver, desde las veredas, el brillo titilante y como nervioso de las pantallas encendidas en los departamentos, las casas, las casi...
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