Cada visita del presidente a Brasilia desencadena consecuencias repetidas, no por eso menos apasionadas. Se avanza en el “nuevo paradigma” de la relación bilateral, se habilitan proyectos energéticos, se habla de alta política, Dilma Rousseff le depara a José Mujica una gestualidad preferencial. Según la narrativa del gobierno, todo es ganancia: “¿Hace cuánto que no se traba una botella de agua Salus en la frontera?”, pregunta el prosecretario de Presidencia, Diego Cánepa, en forma retórica, luego de concluir que ambos países avanzaron más en sólo dos años que en las últimas dos décadas. De la oposición, en cambio, no se escucha una palabra. Lo que antes era una oportunidad para despotricar contra los fines ideológicos que, a su juicio, revestían este tipo de reuniones, ahora no es siquier...
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