Las maestras estaban desorientadas entre tanto “chanfle” y “menso”, no entendían por qué todo el mundo repetía “eso, eso, eso, eso”, moviendo el dedo índice sobre el pulgar y el dedo medio cerrados, ni qué era aquel “pipipipipipipi” que no casaba muy bien con el gesto de llanto que lo acompañaba. De un día para el otro los refuerzos se habían tornado “tortas de jamón”, los niños expresaban su malhumor o su alegría con un curioso zapateo, se justificaban alegando que no les tenían paciencia o explicando que se les “chispoteó”, y unas veces les daba la “chiripiorca” y otras veces la “garrotera”. El héroe era un niño tan pobre que ni nombre tenía, y probablemente ni siquiera casa. Tampoco tenía familia. Un niño de la estirpe del famoso pibe de Chaplin, adoptado por los vecinos, que, como él, ...
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