Cuando el 18 de julio de 1830 la naciente república situada al oriente del río Uruguay celebraba –parto inducido mediante– su formal constitución, el total estimado de quienes vivían dentro de sus fronteras, incluidos los maltratados aborígenes de varias etnias, apenas alcanzaría hoy para llenar el estadio Centenario. Ochenta años más tarde el país llegaba al millón de habitantes, la tercera parte de los cuales residía en la capital, donde los emigrantes e hijos de emigrantes sumaban más que los criollos. Ese melting pot común a las ciudades-puerto del Plata habría de adquirir en Montevideo un sabor específico, en sintonía con la trajinada historia de la ciudad, y no en menor medida con las aspiraciones propias de los “nuevos tiempos” que siguieron a los muy duros de “la tierra purpúrea”, ...
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