En 1995, cuando Ricardo Lagos era ministro de Obras Públicas del segundo gobierno democrático chileno y una eventual vuelta del socialismo al poder todavía despertaba la urticaria de muchos, incluso dentro de la alianza oficialista, este corresponsal le preguntó si creía que la Concertación gobernante podía durar mucho tiempo. La razón de la pregunta eran los obstáculos que la Democracia Cristiana, el partido mayoritario de la coalición gobernante, ponía al tratamiento de los proyectos parlamentarios para la ley de divorcio, en el último Estado de la región y el tercero del mundo (junto a Malta y el Vaticano), que no contaba con ella. Lagos, hombre divorciado y agnóstico, respondió sin ambages: “Hay muchos matrimonios que no duran para siempre”. Sólo cuando el ministro se transformó en pre...
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