La luz del sol azota y deslumbra contra el blanco de las remeras que visten, recortadas sobre un fondo de montaña tupida de color verde Guatemala. Estamos en El Ceibo, el paso fronterizo terrestre entre ese país y el mexicano estado de Tabasco. “Bienvenidos a México”, dice el cartel que se ve viniendo de allá, como antesala de la aduana y migraciones. Esa bienvenida no es del todo cierta: a hondureños, salvadoreños, guatemaltecos y nicaragüenses se les exige visa para hacer el trayecto que en este momento hacen a pie cuatro decenas de mujeres vestidas de blanco.
La Caravana de Madres de Migrantes Centroamericanos Desaparecidos (la undécima) comenzó el último día de noviembre bajo un calor de trópico, de sol abrasador e ingrato para el caminante de pies llagados. “Venimos caminando desde el...
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