Desde que en setiembre estrenó en Brighton una lista de temas dividida entre su nuevo disco solista y algunos clásicos de Pink Floyd, David Gilmour despertó sensaciones similares en lugares lejanos –de un campo hípico en Florencia al Estadio Nacional en Santiago– y entre los cronistas de espectáculos, siempre abrumados por las circunstancias, las mismas metáforas. En las presentaciones sudamericanas (del 11 al 20 de diciembre) todo estaba llamado a ser “histórico”, porque pasa por Gilmour no sólo la historia de Pink Floyd sino la del rock entero. Desde hacía mucho se esperaban de este lado las “olas gigantes” que un crítico de The Guardian, en setiembre del año pasado, pocos días después de que saliera el disco Rattle That Lock, oyó retumbar en la legendaria sala del Royal Albert Hall de L...
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