“Aquí la gente no tiene miedo”, sonríe el taxista mientras se abre paso, con lentitud exasperante, por las imposibles calles de El Alto, rumbo al centro de La Paz. “No tienen miedo”, repite encogiendo los hombros. Casi un mantra con el que parece explicarlo todo, desde el caos del tránsito hasta la increíble fuerza interior de las mujeres –omnipresentes en la ciudad aymara– trabajando como hormigas, cargando bultos, haciéndose cargo de la vida.
La ciudad luce cambiada, sobre todo por el asfalto impecable de sus calles y los edificios de cuatro y cinco pisos, los “cholets”, estilo arquitectónico mestizo nacido en El Alto de la mano de una pujante burguesía comercial aymara. Nadie parece alarmarse por el confuso episodio de la ocupación y quema del municipio alteño por padres de familia que ...
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