Cerca del mediodía el cielo se había encapotado. “Siempre es así; empieza la vendimia y llueve”, comentó un parroquiano en un boliche de Los Cerrillos adonde el periodista arribó preguntando cómo llegar “a lo de Lorenzú”.
Era una fija que el hombre no había salido del boliche en todo el verano. Mucho sol y poca agua fueron la característica de la temporada y se nota en los racimos que cuelgan como ubres negras en las vides que en la vuelta de este pueblo hay por doquier.
El principal problema del viticultor siempre han sido las pestes que la humedad favorece. “A veces no importa que llueva mucho, si después limpia y sale el sol. Lo peor son varios días de garúa. O los rocíos fuertes que está habiendo ahora, cuando ya no seca tanto”, explicaría después Alejandro Marichal, que tiene viñedo y...
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