La carencia de referentes en el cine comercial de la actualidad ha ido colocando a Quentin Tarantino en un sitial, en otros tiempos reservado para unos pocos, donde industria, crítica y público parecen coincidir. Tarantino es, desde hace aproximadamente dos décadas, un intocable ubicado casi por unanimidad en el mismo nivel de directores –como Martin Scorsese o Francis Ford Coppola– con obras de una pericia y un subtexto mucho mayores. El devenir del cine mainstream de las últimas décadas y la proliferación de algo parecido al cine pero que no lo es –sagas interminables hipertróficas en efectos al borde de la epilepsia y carentes de cualquier tipo de diseño de personajes o progresión dramática– terminan por confundir la maestría con el ingenio, haciendo pasar simples películas por obras ma...
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