Un libro corto. Un lenguaje exacto, directo. Un vocabulario popular. Una estructura sencilla: al borde de aquel enero en que espiró, el narrador es entrevistado por un historiador o tal vez por más de uno. El narrador asegura que al de corbata y “enormes quevedos” siguió otro “de bigotes finitos, vestido totalmente de negro, con una moñita correctamente anudada, que me mira espantado”.
De todos modos no está claro que eso importe. Lo que parece que importa son las cosas que el entrevistado no quiere contestar, pero que sí responde para sí y para el lector.
La novela se la juega a un solo truco: en ese rumiar, una y otra vez, el narrador se desbarranca hacia el mismo abismo.
Y así se termina muriendo el que cuenta el cuento, el coronel Lorenzo Latorre, fallecido hace exactamente cien años e...
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