Cuando murió Faulkner, Juan Carlos Onetti escribió un réquiem memorable, una declaración de amor y de pesar que buscaba menos persuadir acerca del valor del cadáver ilustre que hacer un pronunciamiento (con esa palabra se designaba en el XIX, en esta Banda, una revolución). Onetti expuso la genialidad de Faulkner en forma breve, radical e impasible, como quien proclama una fe. Sabía, mejor que muchos, que morir es el primer atributo humano, y por eso tal vez invirtió algunas líneas del breve obituario en deslindar al muerto de los otros muertos que cada año predice la estadística. Sabía también, y mejor que otros, que hay escritores que reclaman nuestra intimidad; porque los admiramos, pero también porque su muerte nos revela lo que sólo presentíamos confusamente: que leerlos fue una marca...
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