Todavía no existe en Uruguay esa clase de soponcio parental producido por un hijo que anuncia espléndidamente a sus padres que su vocación es el estudio y la crítica de la historieta. El interesado, salvo que haya encontrado la manera de radicarse en Escocia, Canadá o Estados Unidos, deberá resignarse al camino del samurái, que lo condenará a esconderse en polvorientos rincones acechando bibliografía, a afilar el ingenio desentrañando en soledad arcanos pasajes de enrevesada teoría y a abrazar la férrea disciplina del autodidacta. Así, poco a poco irá formando una pequeña biblioteca de libros cuyo objeto es el análisis de la novela gráfica, la historieta o el humor en viñetas. Será realmente una biblioteca en extremo pequeña, ecléctica, llena de lagunas, en la que se mezclarán los volúmene...
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