Desde su primera edición, en 1929, la historia del Oscar está jalonada de anécdotas que tienen tanto que ver con omisiones y garrafales chambonadas como con alguna impensable forma de justicia. Si, como es bien sabido, el gran Orson Welles fue un consecuente olvidado de los premios –sólo tuvo, en 1971, esa mezcla de homenaje y epitafio que es el premio a la trayectoria, además del obtenido por el libreto de El ciudadano, que según rumores fue sobre todo por la coparticipación de Herman Mankiewicz–; si, como recuerda el siempre versadísimo en este asunto Homero Alsina Thevenet, el libreto de Cuando huye el día, de Bergman, perdió en ese rubro en 1957 frente al de la comedia Problemas de alcoba –una de aquellas bobadas con Doris Day–, también es cierto que algún filme modesto y de bajo presu...
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