El hombre escucha la radio bajo el alero. Se asoma ante la presencia extraña y deja ver su piel arrugada y curtida por el sol, la camisa con algunas salpicaduras de pintura seca y unos ojos celestes brillantes. Su rancho está justo atrás de la escuela. “¿Que si trabajé?”, cuando conversa se parece más a un niño que a un viejo. “Era como un pichi llevando botellas y damajuanas. Fui uno de los principiantes, estuve desde que arrancó la construcción hasta que el gringo se fue, porque él vino con los suyos a buscar la de él y se fue”. Jonny, trabajador de la construcción, vive hace 26 años en el balneario. Es de Montevideo pero odia esa ciudad, lo recuerda cada vez que la visita por los trámites de la jubilación.
“Esto era una selva cuando vine, un paraíso, había cuatro casas”, dice. También d...
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