Chile, 1993. Eran los primeros tiempos de la democracia y aunque Augusto Pinochet hacía las veces de eminencia gris desde la comandancia del Ejército, nadie dudaba de que la libertad de expresión y de pensamiento era un viento que barría el país de cordillera a mar. En las más de treinta escuelas universitarias de periodismo –muchas de ellas producto del mercado de la educación creado por la dictadura a partir de 1980–, miles de jóvenes estudiaban con la ilusión de romper con palabras las ataduras legales y espirituales dejadas por el régimen autoritario. Entre esas escuelas, una de las mejores era la de la universidad privada Diego Portales, cuya directora se preciaba de haber construido en los años de plomo un espacio para el libre intercambio de ideas. Fue en ella, sin embargo, donde es...
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