Hay un funeral en la iglesia grecocatólica de Ras Baalbek. La mayor parte de los deudos ya se ha retirado y en el comedor parroquial están levantando los restos de la comida de difuntos. Para los más cercanos, esa muerte, ocurrida por causas naturales, es más dura que todas las que trajo la guerra que se vive en las montañas que proyectan su sombra sobre esta pequeña ciudad de 25 mil habitantes. Como decía Borges, en el final de cada persona está el fin del universo. Peor que eso, algunas veces.
Pedimos por el padre Ibrahim y nos señalan el piso de arriba.
—¿Se acuerda de mí? –le pregunta la periodista de The Washington Post, que está haciendo de intérprete, al hombre que abre la puerta al final de la escalera.
—Claro, bastantes problemas me causó su artículo –bromea.
—Ahora vengo acompaña...
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