Suele citarse como ejemplo de nuestra incapacidad para percibir las señales que presagian catástrofes engendradas por el ser humano, la descripción de Stefan Zweig (El mundo de ayer) de la recepción del asesinato del archiduque Francisco Fernando a finales de junio de 1914, detonante del comienzo de la Primera Guerra Mundial. Nada hacía presagiar el abismo al que se asomaba Europa en lo que era un agradable y civilizado día de verano en un parque cercano a Viena. Hubo, desde luego, voces que anticiparon la conflagración de una violencia inédita y alertaron de una crisis profunda de la civilización occidental (que la guerra, para algunos, podía ayudar a purgar). Sin embargo, la efectividad de esas llamadas de atención no pudo ser sino limitada. El pasado reciente carecía de ejemplos que pud...
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