De un modo análogo, y en 1968, el semanario Marcha, que aspiraba a abrir «un diálogo con sus lectores» para que éstos no fueran actores pasivos sino que se convirtieran plenamente en constructores de la democracia, apuntaba que en Uruguay existía un déficit de democracia por parte de las instituciones tradicionales (el Parlamento, la prensa, los partidos políticos), que al no desempeñar ya su papel, dejaban el campo abierto a nuevos actores como las universidades, los sindicatos e incluso la Iglesia, que andaba en plena transformación. De ahí la reacción del Estado en contra de esas entidades que se estaban convirtiendo en la nueva y verdadera oposición, y que Marcha por primera vez en su historia fuera suspendido tres veces en el año. Parafraseando a María Ferraro-Osorio,1 en 1968 se asis...
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