El 10 de octubre de 1981, en el mismo momento que el parlamento francés tomaba una de las decisiones más trascendentes de la época, Marcel Chevalier perdía su empleo. Chevalier era el último “Monsieur de Paris”, el “Señor de París”, el hombre que, encapuchado, accionaba la guillotina para ejecutar a los condenados. El último verdugo: ese 10 de octubre, el presidente socialista François Mitterrand promulgaba la abolición de la pena de muerte que el parlamento había terminado de votar el mes anterior.
No era una medida que tuviera precisamente demasiado apoyo: en los días en que comenzaba el debate legislativo, un sondeo publicado por el diario Le Figaro –una de esas encuestas oportunas que suelen sacarse de la galera en el momento justo para mostrar que lo que siempre fue debe seguir s...
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