La oportunidad hace al monje. El protagonista de El puerto,* un lustrabotas sesentón que vive con lo justo y parece enorgullecerse de su estatus marginal, ama la música y –se presume– las demás artes, cuenta que alguna vez gozó de la vida bohemia en París, se comunica más bien poco con su mujer pero siempre la está cuidando de refilón, frecuenta los bares pero raramente (o nunca) se emborracha y predica el bien sin mirar a quién, encontrará, gracias a un hecho fortuito, la oportunidad de ser útil a la sociedad. O de redimirse, si es que antes cometió algún pecado mortal.
Intuimos algo, pero nunca sabremos exactamente de qué pecado se trata. El actor André Wilms luce como un zombi siempre alerta que mira permanentemente a la cámara como si quisiera que el prójimo lo escrute con su mira...
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