Si bien en el prólogo Alfredo Torres refleja el afecto que Teresa Trujillo le merece, también deja constancia de que éste ha ido siempre asociado a la admiración que la incansable artista despierta en alguien que como él está bien al tanto de sus movimientos dentro y fuera de estas tierras. Y para el adjetivo “incansable” no hay trabas a la vista: lo cuenta aquí Trujillo, nunca se ha quedado quieta en su búsqueda creativa, y menos aun en la vital.
A lo largo de estas páginas, Trujillo narra todo o casi todo lo que intentó hacer con respecto a la danza en tiempos que ya comenzaban a brindar harto evidencia de que ese arte no se terminaba al cabo de la contemplación de las mejores versiones de El lago de los cisnes o Giselle. Había gente que, como ella, luego de observar y analizar los ...
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