El título de tinte judicial que trae en español esta película1 poco tiene que ver con el original, en francés, mucho más certero en cuanto a la materia que trata. “Jusqu’à la garde” significa algo así como llegar al extremo, al fondo, y así procede este filme en el tratamiento de su tema. Asunto que se desplegará entre dos escenas, la inicial y aquella con la que culmina la película, que, aunque completamente opuestas –fría asepsia en la primera, restallante de violencia y pánico la última–, comparten el detalle de desarrollarse prácticamente en tiempo real. Puerta de entrada y puerta de salida bien remarcadas de un drama no por “doméstico” menos atroz –al contrario– y articulado en torno a la figura más frágil: un niño.
Esa primera escena transcurre en el despacho de una jueza de familia ante la que Antoine (Denis Ménochet), con su abogada, demanda a su ex esposa Miriam (Léa Drucker), también con su abogada, por la tenencia compartida de Julien, hijo de ambos, de 11 años; la hija mayor, a punto de cumplir los 18, podrá resolver por sí misma cómo se relacionará, o no, con su padre. La tensión es patente, porque los ex esposos apenas cruzan palabra y casi todo el diálogo corresponde a las abogadas y la jueza. Hay algo de calculado en poner a ese hombre entre cuatro mujeres; un hombre del que sus compañeros de deporte y trabajo dan excelentes referencias, un hombre, al parecer, atormentado por el deseo de frecuentar a su hijo, que también lo rechaza. Sin embargo, él es robusto y de cuello grueso, la marca del toro; ella es delgada y rubia, con un aire frágil. Como para sembrar la duda, en cualquier sentido, en la mente del espectador. ¿Y si…? En la última escena, estallan el terror y la indefensión, y entre ambos extremos, escena a escena, plano a plano, esa caldera a presión de Antoine, que al comienzo vimos perfectamente contenida, va explotando en sucesivas instancias. Aunque el destinatario de su agresividad es definitivamente su ex esposa, el que está en el medio, el que recibe los penales, es el niño –extraordinario el jovencísimo Thomas Gioria–. Dos de los aspectos significativos del relato son, por un lado, cómo se dan esos estallidos y, por otro, las simetrías opuestas que van dibujando en lo afectivo. Los exabruptos de Antoine, que suceden frente a mínimos detalles que ponen en entredicho la verosimilitud de lo que cuenta Julien, se dan de una manera tal que evocan la fábula del escorpión y la tortuga (estallar está en la naturaleza de ese hombre, que, sin embargo, alega haber cambiado). Y a medida que se va manifestando la patética lucha del niño por esconder datos a su padre –al que se refiere como “el otro”– para proteger a su madre, se dibuja una emocionante contraposición de roles. El hombre grande amenaza. El hombre pequeño, el niño, aún aterrado, cuida.
La casi insoportable tensión del desenlace –precedida por la notable secuencia de la fiesta de cumpleaños, otra vez un limpio juego de contrastes entre la música adentro y la amenaza afuera– pone al espectador frente a la manifestación más brutal del terror de los más indefensos, y sin anestesia, puesto que, como se ha dicho, se desarrolla en tiempo real. El director Xavier Legrand comentó en una entrevista que, para acercarse a ese tono exasperado, tuvo en cuenta dos películas paradigmáticas: La noche del cazador (Charles Laughton, 1955) y El resplandor (Stanley Kubrick, 1980). Sólo que el pavor, tan bien trabajado en esos dos referentes, emana en este caso de una situación para nada fantasiosa, para nada “de cine”; tenemos noticias de casos similares con escalofriante frecuencia. Como si, en una espantosa pandemia, una multitud de hombres, esposos y padres se fueran convirtiendo, sin que alcancen a disuadirlos medidas familiares y/o policiales, en esos criminales “otros”.
Es la ópera prima de Legrand (1979), pero el tratamiento de los climas, las actuaciones, el ritmo preciso de cada escena y el acierto de la banda sonora hablan de un extremo cuidado y un compromiso en la concepción y la concreción de la película, y justifican los reconocimientos y los premios obtenidos por ella y su realizador, tanto en los galos premios César como en el Festival de Venecia. n
1. Jusqu’à la garde. Xavier Legrand, Francia, 2017.