Desde que se hizo famosa, a fines de los años cuarenta, hasta hoy mismo, es la actriz más fácil de ubicar en los diccionarios de cine, donde la consonante “zeta” seguida de la vocal “u” la catapultaron al invariable sitial de retaguardia. Sin embargo fue primeriza, casi primera, y precursora de verdad en varios ítems. Se dice que fue suyo el primer semidesnudo frontal del pacato cine argentino de entonces para una película apropiadamente llamada El ángel desnudo (1946), en rigor su primer papel protagónico, un verdadero tour de force como una pre-Lolita que para salvar a su padre se entrega a un escultor, y una de sus tantas colaboraciones con el director Carlos Hugo Christensen, en aquellos tiempos el más calificado de los practicantes de un morbo sugestivo y con tintes de calidad cinema...
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