Pereda y Zum Felde
En el verano de 1974 el poeta Fernando Pereda, una suerte de tío espiritual que integraba la selecta familia de amigos de mi padre desde muchas décadas atrás, se encontraba internado sufriendo la difícil recuperación de una operación cuyas secuelas le impedían entrar en una etapa de convalecencia. Su aspecto era alarmante, porque quien lo hubiera visto antes leyendo poesía, cortejando amores, deleitando con sus cuentos de viajes por Europa, sus travesías por el mar Egeo, su lectura del Quijote, no podía reconocerlo ahora en ese rostro atravesado de finas tuberías transparentes que le enmudecían, cubierto por una sábana blanca y rodeado de brillantes soportes metálicos con inyectores de suero. Sin embargo, de acuerdo a los informes médicos, su estado no revestía ninguna g...
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